En el Cenáculo, Benedicto XVI resalta la contribución de los cristianos y otras personas
de buena voluntad como ciudadanos leales y responsables, a pesar de las dificultades
en la consolidación de un clima de paz en la diversidad
Martes, 12 may (RV).- En el Cenáculo Benedicto XVI ha rezado el Regina Coeli con los
Ordinarios de Tierra Santa, y ha subrayado que la presencia cristiana en Tierra Santa
es de vital importancia para el bien de la sociedad en su conjunto. “Porque los cristianos
en Oriente Medio, junto a otras personas de buena voluntad están contribuyendo como
ciudadanos leales y responsables, no obstante las dificultades y restricciones en
la promoción y la consolidación de un clima de paz en la diversidad”.
El Santo
Padre ha asegurado su apoyo y estímulo a los obispos y les ha exhortado a hacer todo
lo posible para que ayuden a los cristianos a “permanecer y afianzarse en la tierra
de sus antepasados y ser mensajeros y promotores de paz”. En este contexto el Pontífice
ha señalado la educación, la preparación profesional y otras iniciativas sociales
y económicas para desarrollar su papel en la sociedad y ha renovado su llamamiento
a sostener y recordar en la oración a las comunidades cristianas de Tierra Santa y
Oriente Medio.
El Papa ha expresado además su afecto a los representantes de
las comunidades de Tierra Santa que, como ha dicho el Papa, “en su fe y devoción,
son como las velas encendidas que iluminan los lugares santos cristianos. Además ha
recordado en su discurso que “nuestra vida como cristianos no es simplemente el esfuerzo
humano de vivir las exigencias del Evangelio”, sino que con la Eucaristía ingresamos
dentro del misterio del amor divino que “nos invita como individuos y como comunidad
a superar las tentaciones de replegarnos sobre nosotros mismos en el egoísmo o en
la indolencia, en el aislamiento, el prejuicio o el miedo, y donarnos generosamente
en el Señor a los demás. Nos lleva como comunidad cristiana a ser fieles e nuestra
misión con franqueza y valor”.
El Pontífice se ha referido también a la conciencia
ecuménica a partir del Concilio Vaticano II manifestando que “el espíritu conduce
suavemente nuestros corazones hacia la humildad y la paz, hacia la aceptación recíproca,
la comprensión y la cooperación”. Una disposición interior –ha añadido el Santo Padre-
decisiva para que los cristianos puedan realizar su misión en el mundo.
DISCURSO
COMPLETO
Queridos Hermanos Obispos,
Querido Padre
Custodio,
Es con gran alegría que les saludo, Ordinarios
de la Tierra Santa, en este Cenáculo donde, según la tradición, el Señor abrió su
corazón a los discípulos elegidos por El y celebró el Misterio Pascual, y donde el
Espíritu Santo el día de Pentecostés inspiró a los primeros discípulos a salir y a
predicar la Buena Nueva. Agradezco al Padre Pizzaballa por sus calurosas palabras
de bienvenida que me ha dirigido a nombre de ustedes. Ustedes representan a las comunidades
católicas de la Tierra Santa que, en su fe y devoción, son como las velas encendidas
que iluminan los lugares santos cristianos, honrado un tiempo por la presencia de
Jesús, nuestro Señor viviente. Este privilegio particular les da a ustedes y a su
pueblo un puesto especial en el afecto de mi corazón como Sucesor de Pedro.
“Sabiendo
Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a
los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). El Cenáculo
recuerda la Ultima Cena de nuestro Señor con Pedro y los otros Apóstoles e invita
a la Iglesia a una orante contemplación. Con este estado de ánimo nos encontramos
juntos, el Sucesor de Pedro con los Sucesores de los Apóstoles, en este mismo lugar
donde Jesús reveló en la ofrenda de su cuerpo y de su sangre las nuevas profundidades
de la alianza de amor establecida entre Dios y su pueblo. En el Cenáculo el misterio
de gracia y de salvación, del que somos destinatarios y también heraldos y ministros,
puede ser expresado solamente en términos de amor. Porque El nos ha amado primero
y continúa amándonos, podemos responder con el amor (cf. Deus caritas est, 2). Nuestra
vida como cristianos no es simplemente un esfuerzo humano de vivir las exigencias
del Evangelio impuestas a nosotros como deberes. En la Eucaristía somos introducidos
dentro del misterio del amor divino. Nuestras vidas se convierten en una aceptación
grata, dócil y activa del poder de un amor que nos es donado. Este amor transformante,
que es gracia y verdad (cf. Jn 1,17), nos invita, como individuos y como comunidad,
a superar las tentaciones de replegarnos sobre nosotros mismos en el egoísmo o en
la indolencia, en el aislamiento, en el prejuicio o en el miedo, y a donarnos generosamente
en el Señor a los demás. Nos lleva como comunidad cristiana a ser fieles a nuestra
misión con franqueza y valor (cf. Hc 4,13). En el Buen Pastor que da su vida por el
rebaño, en el Maestro que lava los pies a sus discípulos, ustedes, mis queridos Hermanos,
encuentran el modelo de su mismo ministerio en el servicio a nuestro Dios que promueve
amor y comunión.
La invitación a la comunión de mente y corazón, así
estrechamente unida al mandamiento del amor, y con el papel central unificador de
la Eucaristía en nuestras vidas, es de especial relevancia en la Tierra Santa. Las
diversas Iglesias cristianas que aquí se encuentran representan un rico y variado
patrimonio espiritual y son un signo de las múltiples formas de interacción entre
el Evangelio y las diversas culturas. Ellas nos recuerdan también que la misión de
la Iglesia es predicar el amor universal de Dios y de reunir de lejos y de cerca de
todos aquellos que son llamados por El, de manera que, con sus tradiciones y sus talentos,
formen una única familia de Dios. Un nuevo impulso espiritual hacia la comunión en
la diversidad en la Iglesia Católica y una nueva conciencia ecuménica han signado
nuestro tiempo, especialmente a partir del Concilio Vaticano II. El Espíritu conduce
dulcemente nuestros corazones hacia la humildad y la paz, hacia la aceptación recíproca,
la comprensión y la cooperación. Esta disposición interior a la unidad bajo el impulso
del Espíritu Santo es decisiva para que los Cristianos puedan realizar su misión en
el mundo (cf. Jn 17,21).
En la medida en que el don del amor es aceptado
y crece en la Iglesia, la presencia cristiana en Tierra Santa y en las regiones vecinas
será más vibrante. Esta presencia es de importancia vital para el bien de la sociedad
en su conjunto. Las palabras claras de Jesús sobre la íntima unión entre el amor de
Dios y el amor al prójimo, sobre la misericordia y sobre la compasión, sobre la humildad,
la paz y el perdón son una levadura capaz de transformar los corazones y plasmar las
acciones. Los Cristianos en Oriente Medio, junto a las otras personas de buena voluntad,
están contribuyendo, como ciudadanos leales y responsables, no obstante las dificultades
y restricciones, en la promoción y la consolidación de un clima de paz en la diversidad.
Me gusta repetirles a ellos aquello que afirmé en el Mensaje de Navidad del 2006 a
los católicos en el Oriente Medio: “Expreso con afecto mi personal cercanía en esta
situación de inseguridad humana, de sufrimiento cotidiano, de miedo y desesperanza
que están viviendo. Repito a sus comunidades las palabras del Redentor: ‘No temas,
pequeño rebaño, porque a su Padre le ha parecido bien darles el Reino’ (Lc 12,32)”
(Mensaje de Navidad de Su Santidad el Papa Benedicto XVI a los católicos que viven
en la Región del Oriente Medio, 21 de diciembre de 2006).
Queridos Hermanos
Obispos, cuenten con mi apoyo y estímulo para hacer todo lo que está en su poder para
poder ayudar a nuestros hermanos y hermanas Cristianos a permanecer y a afirmarse
aquí en la tierra de sus antepasados y ser mensajeros y promotores de paz. Aprecio
sus esfuerzos de ofrecerles, como a ciudadanos maduros y responsables, asistencia
espiritual, valores y principios que les ayuden a desenvolver su papel en la sociedad.
Mediante la educación, la preparación profesional y otras iniciativas sociales y económicas
su condición podrá ser sostenida y mejorada. De mi parte, renuevo mi llamado a los
hermanos y hermanas de todo el mundo a sostener y a recordar en sus oraciones a las
comunidades cristianas de la Tierra Santa y del Oriente Medio. En este contexto deseo
expresar mi consideración por el servicio ofrecido a muchos peregrinos y visitantes
que vienen a Tierra Santa en búsqueda de inspiración y renovación sobre las huellas
de Jesús. La historia del Evangelio, contemplada en su ambiente histórico y geográfico,
se convierte en viva y rica de color, y se obtiene una comprensión más clara del significado
de las palabras y gestos del Señor. Muchas experiencias memorables de peregrinos de
la Tierra Santa han sido posibles gracias a la hospitalidad y la guía fraterna de
ustedes, especialmente de los Hermanos Franciscanos de la Custodia. Por este servicio,
quisiera asegurarles el aprecio y la gratitud de la Iglesia Universal y expreso el
deseo que, en el futuro, peregrinos en número aún mayor vengan aquí de visita.
Queridos
Hermanos, al dirigir juntos nuestra gozosa oración a Maria, Reina del Cielo, pongamos
con confianza en sus manos el bienestar y la renovación espiritual de todos los Cristianos
en Tierra Santa, de modo que, bajo la guía de sus Pastores, puedan crecer en la fe,
en la esperanza y en la caridad, y perseveren en su misión de promotores de comunión
y de paz.