2017-07-06 09:00:00

«El Espíritu Santo nos ayuda a salir del individualismo» Mons. Fernando Chica


(RV).- Esta semana en el programa Tu palabra me da vida, Monseñor Fernando Chica Arellano presenta un pasaje del Libro de los Hechos que habla de la unión, para después reflexionar acerca de la importancia que tiene la unión entre los hermanos, el compartir y repartir todo lo que tenemos con el prójimo, así como aprender a salir de la amenaza del individualismo: “Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando” (Hch 2,42-47).

Este sumario del Libro de los Hechos nos pone delante de la vivacidad de la primitiva comunidad cristiana. La fe de sus miembros actuaba por la caridad, era una fe eclesial, una fe que requiere y que a la vez nutre el “nosotros de la fe” que es la Iglesia. La fe de los primeros cristianos, con su dinamismo, se convierte para nosotros en un espejo donde mirarnos. En su tiempo, dada la estructura familiar y social, existía un menor peligro de individualismo, pero la unión con Jesucristo les llevaba a practicar la vida comunitaria conforme a la misma naturaleza social del hombre y al mandamiento divino. Hemos de aprender de ellos, pues nuestro tiempo nos invita a menudo a meternos en una burbuja, la de nuestros intereses, tantas veces mezquinos.

El individualismo es un “cáncer”, una “prisión” que nos sigue amenazando. Así lo recordó el Papa Francisco con motivo del Jubileo de los presos (6.11.2016). En aquella ocasión nos recordó que "cuando se permanece encerrados en los propios prejuicios, o se es esclavo de los ídolos de un falso bienestar, cuando uno se mueve dentro de esquemas ideológicos o de leyes de mercado que aplastan a las personas, en realidad no se hace otra cosa que estar entre las estrechas paredes de la celda del individualismo y de la autosuficiencia, privados de la verdad que genera la libertad".

¿Cómo salir del “individualismo”? El mismo Santo Padre recordó un maravilloso antídoto: “Las madres son el antídoto más fuerte a la difusión del individualismo egoísta. ‘Individuo’ quiere decir ‘que no puede ser dividido’. Las madres, en cambio, se ‘dividen’, ellas, desde cuando acogen un hijo para darlo al mundo y hacerlo crecer” (Audiencia general 7.1.2015).

Aprendamos de las madres a vivir en generosidad y para ello pidamos el don de Espíritu Santo. Así saldremos del enclaustramiento de nuestro egoísmo. El Paráclito lo puede todo, porque, como dice el teólogo Heribert Mühlen, el Espíritu Santo es “una Persona en muchas personas”. Lo cual nos está diciendo que el Espíritu Santo es, en último término, el antídoto del individualismo y el creador y fortalecedor de la fraternidad intra-eclesial y extra-eclesial.

El Espíritu Santo hace actual para nosotros el don de la fraternidad que Cristo nos regala. El Espíritu Santo nos ayuda a descubrir que Dios es un Dios que sale a nuestro encuentro; nos hace gustar y sentir la actualidad de su Palabra; nos descubre que la misión de los pastores se da en orden a la comunión eclesial con el Señor y entre nosotros. El Espíritu Santo impulsa a la Iglesia para salir a los caminos del mundo y repartir el pan de la Palabra, y convertir esos caminos en caminos de solidaridad, en hermosos corredores solidarios. El Espíritu Santo nos impulsa a pasar, con alegría, del ‘yo’, a veces cerrado y egoísta, al “nosotros” acogedor y reconfortante; a pasar, con generosidad, de lo “mío”, tantas veces posesivo y empobrecedor, a lo “nuestro”, siempre generoso y enriquecedor.

Supliquemos el don de Espíritu Santo. Él logra lo que nosotros no podemos. Recordemos, a este respecto, las hermosas y siempre actuales palabras del metropolita Ignatios Hazim, pronunciadas en la cuarta Asamblea de Consejo Ecuménico de las Iglesias en 1967, y referidas al Espíritu Santo: “Sin Él Dios queda lejos, Cristo se queda en el pasado, el Evangelio en letra muerta, la Iglesia en una simple organización, la autoridad en un dominio, la misión en propaganda, el culto en una evocación, el actuar cristiano en una moral de esclavos. Pero en él el cosmos se estremece y gime en dolores de parto del Reino, Cristo resucitado está presente, el Evangelio en fuerza de vida, la Iglesia significa comunión trinitaria, la autoridad es servicio liberador, la misión es Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación, el actuar humano es deificado".

Ven, oh Santo Espíritu, ven y llénanos de tus dones, para que no vivamos para nosotros mismos y nuestros cálculos interesados. Con tu ayuda, queremos vivir para la gloria de Dios y el bien de nuestros hermanos.

(Mireia Bonilla para RV)








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