2017-06-22 08:00:00

«El Espíritu Santo nos ayuda a salir de la indiferencia» Mons. Fernando Chica


En el programa «Tu palabra me da vida» de esta semana, Monseñor Fernando Chica Arellano - observador permanente de la Santa Sede ante los organismos de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación en Roma- reflexiona acerca de un pasaje del Evangelio según San Juan: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16,7).

El Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española define la indiferencia como “Estado de ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado”. Hasta aquí el Diccionario. Según lo que acabamos de escuchar, lo contrario a la indiferencia sería el entusiasmo.

El Papa Francisco se ha referido repetidamente a la ‘plaga’ de la indiferencia. Lo hizo de una manera especialmente intensa en su Mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la paz, publicado bajo el título: “Vence la indiferencia y conquista la paz” (1 de enero 2016). En ese mensaje, el Obispo de Roma nos dijo : “Es cierto que la actitud del indiferente, de quien cierra el corazón para no tomar en consideración a los otros, de quien cierra los ojos para no ver aquello que lo circunda o se evade para no ser tocado por los problemas de los demás, caracteriza una tipología humana bastante difundida y presente en cada época de la historia. Pero en nuestros días, esta tipología ha superado decididamente el ámbito individual para asumir una dimensión global y producir el fenómeno de la «globalización de la indiferencia». La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado”.

En este momento podemos recordar que si lo contrario a la indiferencia es el entusiasmo, teniendo en cuenta que el término ”entusiasmo” etimológicamente sería algo así como actuar con “Dios dentro”, nadie mejor que el Espíritu Santo, consuelo y defensor, nos ayuda a plantar cara a la indiferencia. ¿Por qué? Porque el Espíritu Santo habita en nosotros, es Dios en nosotros, es quien quiere hacer que lo que el Señor ha conseguido en favor del mundo se haga vida en nosotros.

¿Qué ha conseguido Cristo para nosotros? Ser hijos de Dios y hermanos entre nosotros. El Espíritu Santo nos hace clamar “Abbá - Padre” (cf. Gal 4,6), es decir nos ayuda a entusiasmarnos por ser hijos, hijos amados, hijos queridos, hijos no rechazados a pesar de nuestra indiferencia ante lo que Dios hace por nosotros, hijos esperados, hijos acogidos.

El Espíritu Santo nos ilumina para descubrir la llamada que Dios nos hace con su palabra para salir de la indiferencia. A este respecto el Papa Francisco, en su Mensaje para la Cuaresma de 2015, nos recordaba tres pasajes que pueden ayudarnos a vigorizar nuestra experiencia de filiación, de hijos destinatarios del amor de Dios. Son pasajes que nos recuerdan la importancia de ser hermanos que, venciendo la indiferencia, caminen por la senda de la entrega, del darse. Son pasajes que hemos de meditar en silencio, buscando llevarlos a la práctica. Los tres pasajes son: “Si un miembro sufre, todos sufren con él” (1 Co 12,26); el segundo “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9); y el tercero, ante la tentación de la indiferencia: “Fortalezcan sus corazones” (St 5,8).

Teniendo en cuenta que no podemos salvarnos a nosotros mismos, y por lo tanto que no podemos fortalecernos a nosotros mismos, es el Espíritu Santo, con su don de fortaleza, quien nos robustece para que crezca en nosotros la fe en Dios y la fraternidad. Él nos ayuda a perdonar cuando hemos sufrido la indiferencia en nuestra propia carne; y a entusiasmarnos en el servicio a los hermanos, sobre todo a quienes están más olvidados y viven sumidos en la indiferencia, haciendo presente la caridad de Dios, con la inmensa alegría de quien lo da todo y todo lo espera de Dios.

Pidamos el Espíritu Santo, que nos ayude a salir de la burbuja en la que nos metemos, para compadecernos del dolor de nuestros hermanos, para ver en el que nos rodea no el rostro de un cualquiera, sino de un hermano, para vigorizar nuestra alma con la fuerza de Dios. Es hora de romper los muros que la indiferencia crea y caminar con diligencia por el camino de la entrega a Dios y a los hermanos.

(Mireia Bonilla - RV)








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