2017-03-23 13:40:00

La Iglesia puede y debe ayudar al renacer de Europa, resuenan las palabras del Papa Francisco


Desear juntos un impulso nuevo y audaz para una Europa capaz de dar a luz un nuevo humanismo

(RV).- Ante la audiencia del Papa Francisco – el 24 de marzo - a los Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, llegados a Italia para las celebraciones del 60 aniversario de los Tratados de Roma, resuenan las palabras del Santo Padre, al recibir el Premio Carlomagno.

El 6 de mayo de 2016, el Papa Francisco, con profunda gratitud, empezó su denso discurso ofreciendo a su vez al continente europeo el galardón e invitando a un renovado y audaz impulso:

«Deseo reiterar mi intención de ofrecer a Europa el prestigioso premio con el cual he sido honrado: no hagamos un mero un gesto celebrativo, sino que aprovechemos más bien esta ocasión para desear todos juntos un impulso nuevo y audaz para este amado Continente».

Recordando el valioso testimonio que ha dado Europa a la humanidad, con su creatividad, ingenio, capacidad de levantarse y de salir de sus propios límites, que pertenecen al alma europea, junto con la tutela de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad, el Obispo de Roma hizo hincapié en la importancia de inspirarse en el pasado, para afrontar con valentía el complejo cuadro multipolar de nuestros días, aceptando con determinación el reto de «actualizar la idea de Europa»:

«Una Europa capaz de dar a luz un nuevo humanismo basado en tres capacidades: la capacidad de integrar, capacidad de dialogar y la capacidad de generar».

Invitando a impulsar estas tres capacidades, el Papa recordó la tarea y misión de la Iglesia, con el anuncio y testimonio del Evangelio, brindando la presencia y misericordia de Jesús:

«La Iglesia puede y debe ayudar al renacer de una Europa cansada, pero todavía rica de energías y de potencialidades. Su tarea coincide con su misión: el anuncio del Evangelio, que hoy más que nunca se traduce principalmente en salir al encuentro de las heridas del hombre, llevando la presencia fuerte y sencilla de Jesús, su misericordia que consuela y anima. Dios desea habitar entre los hombres, pero puede hacerlo solamente a través de hombres y mujeres que, al igual que los grandes evangelizadores del continente, estén tocados por él y vivan el Evangelio sin buscar otras cosas. Sólo una Iglesia rica en testigos podrá llevar de nuevo el agua pura del Evangelio a las raíces de Europa. En esto, el camino de los cristianos hacia la unidad plena es un gran signo de los tiempos, y también la exigencia urgente de responder al Señor «para que todos sean uno» (Jn 17,21)».

El Papa Francisco culminó su discurso presentando con esperanza su sueño: «un nuevo humanismo» para una Europa madre, que da vida. Una Europa hermana, que socorre y acoge a los más necesitados. Una Europa de familias, que no olvida a los jóvenes ni a los ancianos. Una Europa que no desmaya en su compromiso en favor de los derechos humanos:

«Con la mente y el corazón, con esperanza y sin vana nostalgia, como un hijo que encuentra en la madre Europa sus raíces de vida y fe, sueño un nuevo humanismo europeo, «un proceso constante de humanización», para el que hace falta «memoria, valor y una sana y humana utopía».  Sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida. Sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio. Sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los ancianos, para que no sean reducidos a objetos improductivos de descarte. Sueño una Europa, donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano. Sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo; donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable. Sueño una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas en los rostros más que en los números, en el nacimiento de hijos más que en el aumento de los bienes. Sueño una Europa que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos. Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía».

(CdM – RV)








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