2016-12-06 12:29:00

Hambre y sed de justicia. Reflexiones bíblicas de Monseñor Fernando Chica Arellano


(RV).- "Hambre y sed de justicia" es el título del programa «Tu palabra me da Vida» de hoy. En esta ocasión, Monseñor Fernando Chica Arellano -observador permanente de la Santa Sede ante los organismos de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación en Roma-, reflexiona acerca del pasaje del Evangelio según San Mateo: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados" (5, 6).

Esta bienaventuranza es un aldabonazo que nos quiere sacudir y librarnos de nuestra indiferencia. A propósito de esta lacra tan extendida, que endurece el corazón, el Papa Francisco dijo palabras muy claras, en su mensaje para la Cuaresma de 2015: “Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia”.

Dios detesta la indiferencia humana. Y Jesús, con su ejemplo, nos mostró un estilo de vida contrario a esta parálisis del alma, que es la indiferencia humana. Sabemos bien que Él nunca se encerró en sí mismo. Al contrario, su alimento fue hacer la voluntad de Dios, su Padre, llevando a término su obra (cf. Jn 4,34). Igual hicieron los santos. Oigamos el testimonio de Santa Teresa de Jesús: “Cúmplase, Señor, en mí Tú voluntad de todos los modos y maneras que Tú, Señor mío, quieras; si quieres con trabajos, dame fuerza y vengan; si con persecuciones y enfermedades y deshonras y pobrezas, aquí estoy, no volveré el rostro, Padre mío, ni es justo que vuelva las espaldas.” (Cf. Camino de Perfección 32, 10).

Solo quien se alimenta de la voluntad de Dios Padre tiene verdadera hambre y sed de justicia social. Quien tiene a Dios dentro de su alma no soporta las injusticias que hay en el mundo, antes bien, pone lo mejor de su parte para solucionarlas. A este respecto, nos recordaba Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est: La Iglesia  “no puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia” (n. 28).

A la luz de lo dicho, te puedes preguntar: ¿He perdido el apetito de Dios? ¿Puedo decir con el salmo 41: "Mi alma tiene sed del Dios vivo"?

El Beato Óscar Arnulfo Romero no se cansaba de repetir que, si bien la justicia en sentido bíblico se refiere a la buena relación entre el hombre y Dios, “es también la victoria de Dios sobre la maldad del hombre”; por eso –decía este insigne Obispo: “¡Dichosos los que la anhelan!, porque ellos quedarán saciados, verán cómo se cumple esta alegría, cómo se llena esta hambre”.

Pregúntate: ¿Es mi corazón fuente de injusticias? ¿Me dejo visitar por la justicia de Dios? ¿Me duelen las injusticias del mundo? ¿qué hago para que no haya injusticia en mi entorno?

Quizá te parezca que no está en tu mano hacer desaparecer todas las injusticias del mundo. No te desanimes por ello. Haz lo que puedas. Siembra bondad a tu alrededor. No te agobies por no poder con tu sola fuerza instaurar una justicia total y global. Sobre todo, deja que tu corazón sea visitado y estimulado por estas palabras del evangelio: “Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante Él día y noche?; ¿o les hará esperar? Os digo que les hará justicia sin tardar” (Lc 18, 7-8).

(Mireia Bonilla para RV)

 








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