2016-10-13 14:48:00

Alfonso Maria Fusco, el padre de los pobres que explicó Dios a las personas simples


(RV).- Pocas palabras e inagotable caridad, propuesta con el trazo de la ternura. Explicó Dios a las personas simples, con su predicación hecha de palabras comprensibles y profundas, con una particular atención por la formación de los jóvenes, en especial pobres y huérfanos. Era el padre Alfonso Maria Fusco, fundador de la Congregación de las Hermanas de San Juan Bautista.

Con sólo once años manifestó la voluntad de ser sacerdote y a 24 recibió la ordenación. Nacido en 1839 en Angri, localidad italiana de la provincia de Salerno, de padres campesinos y profundamente cristianos, el padre Alfonso debe su nombre a la devoción de su padre y de su madre a San Alfonso María de’ Liguori.

El Beato, siguiendo la inspiración de Jesús Nazareno que se le apareció en sueños, decidió fundar un instituto de monjas y un orfanato masculino y femenino, que realizó con la ayuda de Magdalena Caputo, quien más tarde será, con el nombre de “Suor Crocifissa” (Hermana Crucificada) la primera Superiora del naciente instituto. Nació así la Congregación de las Hermanas Bautistinas del Nazareno y la ruinosa casa Scarcella, en un barrio de Angri, se transformó pronto en la “Pequeña Casa de la Providencia”, con puertas abiertas a postulantes y huérfanas.

No obstante las dificultades y el obstruccionismo de parte de algunos superiores, incluso del cardenal Respighi, vicario de Roma, la tenacidad y total devoción del Beato Alfonso, junto a la creciente solicitud de asistencia de un número siempre mayor de huérfanos y niños, fueron el impulso para la apertura de nuevas casas, después de Roma en Campania, y sucesivamente en otras regiones de Italia.  

De él se ha escrito que “se distinguió por la asiduidad al servicio litúrgico y por la diligencia en la administración de los Sacramentos, especialmente de la reconciliación, en la cual mostraba toda su paternidad y comprensión por los penitentes”.

Don Alfonso no ha dejado muchos escritos. Amaba hablar con el testimonio de la propia vida. Las breves frases de sabiduría evangélica que se pueden extraer de sus escritos y de los testimonios de quien lo conoció, son resplandores que iluminan su vida simple, su gran amor por la Eucaristía, por la Pasión de Jesús y su filial devoción a la Virgen de los Dolores. Repetía a menudo a sus hermanas: “Hagámonos santos siguiendo de cerca a Jesús. Hijas, si vivirán en la pobreza, en la pureza y en la obediencia, resplandecerán como estrellas allí arriba, en el cielo”.

El 5 de febrero de 1910 se sintió mal durante la noche. Pidió y recibió con recogimiento los Sacramentos y la mañana del 6 de febrero, después de bendecir con brazo tembloroso a sus hijas llorosas entorno a su cama, exclamó: “Señor, te agradezco, he sido un siervo inútil”. Y después, dirigiéndose a las hermanas dijo: “Desde el cielo no las olvidaré, rezaré siempre por ustedes”. Y se adormeció plácidamente en el Señor.

La noticia de su muerte se difundió rápidamente y por toda la jornada de aquel domingo, tuvo lugar una procesión de personas que llorando, decían: “¡Murió el padre de los pobres, murió el santo!”

El próximo 16 de octubre el Papa Francisco lo canonizará junto a otros 6 beatos.

(MCM-RV)

 








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