2016-07-08 11:05:00

La paz una invitación de Dios al corazón humano, inquieto y necesitado, padre Luis Ramírez SJ


(RV).- Ser constructores de paz en este Año de la Misericordia es el desafío que propone el padre jesuita Luis Ramírez de la Red Mundial de Oración del Papa (el Apostolado de la Oración) para Radio Vaticano.

Nuestro Dios  nos  hace  un  llamado  urgente  para  que  se restaure  la  paz.  El Papa también lo ha insistido en múltiples ocasiones. La paz en nuestro corazón, en nuestra familia, en la comunidad como en nuestras sociedades, en nuestros países y continentes. Queremos ser felices y la buscamos por diferentes caminos. Nuestro Padre nos regaló el don de amar y vivir de forma generosa. Pero nos experimentamos pobres, carentes y desorientados., con frustraciones y grandes deseos, haciéndose difícil el resolver nuestras dificultades y de poder encontrar paz interior como exterior.

La oración nos  ayuda  a  centrarnos  y  a  descubrir  qué  desea  el Señor  de  cada  uno  y  de mi  entorno: comunidad, familia,  compañeros/as  de  trabajo, amistades, vecinos, comunidad eclesial, la sociedad en que vivimos, etc. Desde el reconocernos frágiles, vulnerables y necesitados de Jesucristo, se nos facilita el encuentro con Él “Felices los pobres de corazón, porque de ellos es el Reino de los Cielos.” (Mt 5,3).

Las noticias nos muestran que nuestro mundo está enfermo, pues padece de la violencia y el terror, de una rivalidad humana que nos deja temerosos y agresivos. Parte producto de la ambición egoísta, la codicia, la desconfianza y el individualismo que separa, nos separa y divide, cosificando todo. Constatamos que podemos llegar a ser más salvajes que un animal. Mientras un león o un tigre cazan una presa sólo para satisfacer el hambre y defender su territorio, muchas personas llegan a matar por placer. El hablar mal de otros/as es una forma de asesinar (su dignidad, su integridad, su honra, etc.). Las palabras proféticas de Isaías son una invitación de Dios en favor de la reconciliación y la paz. El Señor nos describe su voluntad para el mundo, en el que se establece la amistad y la colaboración solidaria entre nosotros. En la que se excluyen las prácticas de dominación o manipulación y del temor a ser víctima.

Para nosotros como integrantes y parte de una comunidad de fe, el compromiso por la paz y la reconciliación no podemos eludirlas. Porque Dios, a quien alabamos, es un Dios de Misericordia, que tiene como proyecto restaurar la paz en el mundo. El mismo nos llama a ese ministerio, ese servicio y misión de reconciliación “Todo esto es la obra de Dios, quien por medio de Cristo nos puso en paz consigo mismo y nos dio el encargo de poner a todos en paz con él” (2 Co 5,18).

El construir la paz en los lugares en donde nos movemos nunca es algo fácil. Sobre todo, porque algunos participan en la lucha por el poder y son muy reticentes a abandonar su juego. Otros/as por razón de la codicia, el ansia del dinero como del poder.  Incluso  algunas  personas  y  organizaciones  acumulan  capital  y  poder,  con  la  tragedia  de  otras personas, de familias o países (enfermedades, terremotos, guerras, etc.). Si bien podemos llegar a ser más salvajes que los animales de la jungla, esto no debe continuar y se hace necesario un cambio.

Un modo distinto de vivir y organizarnos como comunidad y sociedad es en la que se permita sentarnos juntos. Ser amigos y descansar juntos ¿Esto es posible?  Parece ser un sueño imposible. Sin embargo hoy vale la pena soñar con esta paz. En un mundo confrontado por tantas amenazas y destrucción, es necesario soñar con un mundo mejor.  Soñar  es  también  una  señal  de  que  estamos  vivos  y  que  tenemos  algo  valioso  que  ofrecer  a  la  sociedad. 

Ahora  bien,  los  sueños  no  deben  ser  sólo  sueños,  sino  que  deben  hacerse  realidad,  a  pesar  de  todas  las  dificultades. Sin embargo, la pregunta sigue sin respuesta ¿cómo podemos hacer realidad este ideal y la voluntad del Señor? Nada será realidad, si Dios está fuera de la organización del mundo.

Nuestro mundo sin Él se va deshumanizando, devastando y convirtiéndonos en depredadores entre nosotros mismos. Tenemos la imagen de la Torre de Babel en (Gen 11,1¬9), en la que nos dice que el ser humano es el origen de todos los males en la historia cuando ha impuesto su egoísmo, como sus propios intereses sobre los demás.  Nuestra esperanza y confianza está en que “El Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido” (Lc 19,10) y “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad...” (Rom 8,26).

(Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).








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