2016-02-04 15:09:00

Miles de fieles veneran las reliquias del Padre Pío en Roma


(RV).- La ciudad eterna se viste de fiesta con la llegada de las reliquias de San Pío de Pietrelcina y San Leopoldo Mandic que estarán en la capital italiana hasta el miércoles 11 de febrero. Los restos mortales de los dos santos capuchinos salieron del santuario de San Giovanni Rotondo, en la región italiana de Apulia, y después de recorrer casi 500 kilómetros llegaron a la iglesia romana de San Lorenzo Extramuros, donde han sido venerados con celebraciones litúrgicas.

Las urnas que contienen las reliquias de los dos grandes santos reconocidos sobre todo como grandes ejemplos de la Misericordia vivida, serán trasladadas a la Iglesia Jubilar de San Salvador en Lauro, en el centro de Roma y desde allí saldrán en procesión este viernes 5 hacia la Basílica de San Pedro, donde serán acogidas por el cardenal Angelo Comastri, Arcipreste de la Basílica. El sábado por la mañana en la Plaza de San Pedro se celebrará la Audiencia Jubilar para los grupos de oración del Padre Pío. La exposición de las reliquias para la veneración de los fieles en la Basílica de San Pedro durará hasta el martes 9 de febrero.

El miércoles 10, Miércoles de Ceniza, el Papa celebrará la Solemne Celebración eucarística en la Basílica Vaticana, y conferirá oficialmente a los Misioneros de la Misericordia su mandato. Finalmente el día 11, después de la celebración eucarística, las reliquias de los dos santos partirán hacia sus respectivas sedes de procedencia. Pueden consultar al detalle los horarios de veneración en la página web del Año Jubileo www.im.va

Vida de Padre Pío: “Quiero ser sólo un pobre fraile que reza”.

El 16 de junio de 2002 San Juan Pablo II proclamó santo a Pío de Pietrelcina. Durante su homilía, el Papa recalcó que “La vida y la misión del padre Pío testimonian que las dificultades y los dolores, si se aceptan por amor, se transforman en un camino privilegiado de santidad, que se abre a perspectivas de un bien mayor, que sólo el Señor conoce”.

“El padre Pío fue generoso dispensador de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos a través de la acogida, de la dirección espiritual y especialmente de la administración del sacramento de la penitencia. También yo, durante mi juventud, tuve el privilegio de aprovechar su disponibilidad hacia los penitentes. El ministerio del confesonario, que constituye uno de los rasgos distintivos de su apostolado, atraía a multitudes innumerables de fieles al convento de San Giovanni Rotondo. Aunque aquel singular confesor trataba a los peregrinos con aparente dureza, estos, tomando conciencia de la gravedad del pecado y sinceramente arrepentidos, volvían casi siempre para recibir el abrazo pacificador del perdón sacramental”, aseguró San Juan Pablo II.

Padre Pío nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, archidiócesis de Benevento. Cuando tenía 16 años, entró en el noviciado de la orden de los Frailes Menores Capuchinos en Morcone, y al finalizar el año emitió la profesión de los votos simples y el 27 de enero de 1907 la profesión solemne.

En 1910 fue enviado al Convento de San Giovanni Rotondo y permaneció allí hasta su muerte. Enardecido por el amor a Dios y al prójimo, Padre Pío vivió en plenitud la vocación de colaborar en la redención del hombre, según la misión especial que caracterizó toda su vida y que llevó a cabo mediante la dirección espiritual de los fieles, la reconciliación sacramental de los penitentes y la celebración de la Eucaristía. El momento cumbre de su actividad apostólica era aquél en el que celebraba la Santa Misa. Los fieles que participaban en la misma percibían la altura y profundidad de su espiritualidad.

En el orden de la caridad social se comprometió en aliviar los dolores y las miserias de tantas familias, especialmente con la fundación de la “Casa del Alivio del Sufrimiento”, inaugurada el 5de mayo de 1956.

Expresó el máximo de su caridad hacia el prójimo acogiendo, por más de 50 años, a muchísimas personas que acudían a su ministerio y a su confesionario, recibiendo su consejo y su consuelo. Era como un asedio: lo buscaban en la iglesia, en la sacristía y en el convento. Y él se daba a todos, haciendo renacer la fe, distribuyendo la gracia y llevando luz. Pero especialmente en los pobres, en quienes sufrían y en los enfermos, él veía la imagen de Cristo y se entregaba especialmente a ellos.

Se consideraba sinceramente inútil, indigno de los dones de Dios, lleno de miserias y a la vez de favores divinos. En medio a tanta admiración del mundo, repetía: “Quiero ser sólo un pobre fraile que reza”.

Su salud, desde la juventud, no fue muy robusta y, especialmente en los últimos años de su vida, empeoró rápidamente. La hermana muerte lo sorprendió preparado y sereno el 23 de septiembre de 1968, a los 81 años de edad. Sus funerales se caracterizaron por una extraordinaria concurrencia de personas.

Ya durante su vida gozó de notable fama de santidad, debida a sus virtudes, a su espíritu de oración, de sacrificio y de entrega total al bien de las almas.

En los años siguientes a su muerte, la fama de santidad y de milagros creció constantemente, llegando a ser un fenómeno eclesial extendido por todo el mundo y en toda clase de personas.

(MZ-RV)

 

 

 








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