2015-12-11 12:50:00

¿Tengo hambre y sed de santidad, o me estoy resignando a la mediocridad?


(RV).- La Capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico del Vaticano, volvió a ser el segundo viernes de diciembre, a partir de las 9.00, el lugar en el que el Santo Padre Francisco, junto a los demás miembros de la Curia romana, escucharon la segunda predicación de Adviento a cargo del Padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia. 

Bajo el tema de “la llamada universal de los cristianos a la santidad”, según cuanto se lee en el capítulo V de la Constitución dogmática Lumen Gentium, el Padre Cantalamessa recordó que hace pocos días, hemos entrado en el 50º aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II y en el Año Jubilar de la Misericordia, por lo que “el vínculo existente entre ambos temas – dijo, el de la misericordia y el del Concilio – ciertamente no es arbitrario ni secundario”.

Misericordia como la novedad y el estilo del Concilio

Por esta razón comenzó recordando que en el discurso de apertura de aquel 11 de octubre de 1962, el Papa San Juan XXIII señalaba precisamente la Misericordia como la novedad y el estilo del Concilio:

“Siempre la Iglesia – escribía – se opuso a los errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad”.

En cierto sentido – dijo el Predicador – a medio siglo de distancia, el Año de la Misericordia celebra la fidelidad de la Iglesia a aquella promesa. A la vez que recordó que “la justicia de Dios, no sólo no contradice su Misericordia si no que consiste exactamente en ella”. Dios es amor, por esto hace justicia a sí mismo – es decir se muestra por lo que es – cuando hace misericordia. Y añadió:

“Esto no es el solo sentido de la expresión ‘justicia de Dios’, pero es ciertamente lo más importante. Habrá un día otra justicia de Dios, aquella que consiste en dar a cada uno lo suyo según sus propios méritos (Cfr. Rom 2, 5-10); pero no es de esta de la que el Apóstol habla cuando dice: ‘Ahora se ha manifestado la justicia de Dios’” (Rom 3, 21).

Sean santos porque yo, vuestro Dios soy santo

Refiriéndose al tema de esta segunda meditación de Adviento, centrada, como hemos dicho, en el capítulo V de la Lumen Gentium, que lleva por título: “La vocación universal a la santidad en la Iglesia”, el Padre Cantalamessa destacó que en las historias del Concilio este capítulo es recordado sólo por una cuestión de redacción. Mientras la llamada a la santidad está formulada desde el inicio con estas palabras:

“Todos en la Iglesia, sea que pertenezcan a la Jerarquía, sea que sean dirigidos por ella, están llamados a la santidad, de acuerdo a cuanto dijo el apóstol: 'Ésta es de hecho la voluntad de Dios, vuestra santificación (1 Ts 4,3)”.

El Predicador recordó que esta llamada a la santidad es el complimiento  más necesario y urgente del Concilio. Puesto que sin esto, todas las demás realizaciones son imposibles o inútiles. Por esta razón afirmó que “nadie se olvida que el primero y el más grande de los mandamientos es el del amor de Dios y del prójimo”.

La novedad de Cristo

Pasando al Nuevo Testamento, el Padre Cantalamessa destacó la definición de “nación santa” que rápidamente se extendió a los cristianos.

“Para Pablo los bautizados son ‘santos por vocación’ o ‘llamados a ser santos’. Él llama habitualmente a los bautizados con el término ‘los santos’. Los creyentes son ‘elegidos para ser santos e inmaculados’ ante su presencia en la caridad (Ef 1, 4). Pero bajo la aparente identidad de terminología asistimos a cambios profundos. Santidad no es más un hecho ritual o legal, sino moral o más aún, ontológico. No reside en las manos sino en el corazón; no se decide afuera, sino adentro del hombre y se resume en la caridad. ‘No lo es lo que entra en la boca del hombre que lo vuelve impuro; es lo que sale de la boca, esto vuelve impuro al hombre’”. (Mt 15, 11).

Y tras reafirmar que nuestro tender a la santidad se parece al camino del pueblo elegido en el desierto, concluyó su predicación recodando las palabras de Jesús: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mt 5, 6). A lo que añadió:

“La justicia bíblica, se sabe, es la santidad. Nos vamos por tanto con una pregunta sobre la que meditar en este tiempo de Adviento: ‘¿Yo tengo hambre y sed de santidad, o me estoy resignando a la mediocridad?’”.

(María Fernanda Bernasconi - RV)








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