2015-10-28 17:50:00

A 50 años de la Gravissimum Educationis, sobre la importancia de la educación cristiana


(RV).- Este 28 de octubre se cumple medio siglo de la Declaración del Concilio Vaticano II Gravissimum Educationis, promulgada por Pablo VI el 28 de octubre de 1965. Un texto amplio y rico con el objetivo de llamar la atención a todos los bautizados sobre la importancia de la cuestión educativa. Al presentarla, el Concilio reconoce en efecto la importancia decisiva de la educación en la vida del hombre y su influjo cada vez mayor en el progreso social contemporáneo. “En realidad la verdadera educación de la juventud, e incluso también una constante formación de los adultos, se hace más fácil y más urgente en las circunstancias actuales. Porque los hombres, mucho más conscientes de su propia dignidad y deber, desean participar cada vez más activamente en la vida social y, sobre todo, en la económica y en la política; los maravillosos progresos de la técnica y de la investigación científica, y los nuevos medios de comunicación social, ofrecen a los hombres, que, con frecuencia gozan de un mayor espacio de tiempo libre de otras ocupaciones, la oportunidad de acercarse con facilidad al patrimonio cultural del pensamiento y del espíritu, y de ayudarse mutuamente con una comunicación más estrecha que existe entre las distintas asociaciones y entre los pueblos”.

A 50 años de la Gravissimum Educationis los desafíos para la escuela y la universidad católica del presente y del futuro siguen siendo grandes. Las palabras del actual Papa son de gran ánimo para renovar la pasión educativa: “No se desalienten ante las dificultades que presenta el desafío educativo”, ha recordado recientemente Francisco. “Educar no es una profesión, sino una actitud, un modo de ser; para educar es necesario salir de uno mismo y estar en medio de los jóvenes, acompañarles en las etapas de su crecimiento poniéndose a su lado”, ha dicho a los maestros, invitádolos a donar a los jóvenes “esperanza, optimismo para su camino por el mundo”. “Enseñen a ver la belleza y la bondad de la creación y del hombre, que conserva siempre la impronta del Creador. Pero sobre todo sean testigos con su vida de aquello que transmiten. Un educador con sus palabras transmite conocimientos, valores, pero será incisivo en los muchachos si acompaña las palabras con su testimonio, con su coherencia de vida. Sin coherencia no es posible educar”.  

(RC-RV)








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