2015-08-26 10:23:00

El espíritu de la oración devuelve el tiempo a Dios, dijo el Papa


Ni siquiera la muerte puede separarnos de la caricia de Dios

(RV).- Tras haber reflexionado acerca de cómo vive la familia los tiempos de la fiesta y del trabajo, en su catequesis del último miércoles de agosto, y en el ámbito de la 100ª audiencia general desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco se detuvo a considerar, con los numerosos fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro, el tiempo de la oración.

Hablando en italiano el Santo Padre destacó que los cristianos lamentan con sinceridad la falta de tiempo para rezar más porque el corazón humano siembre busca la oración, incluso sin saberlo. Y afirmó que está bien creer en Dios con todo el corazón y esperar que Él nos ayude en las dificultades, al igual que sentirse en el deber de darle gracias. Sin embargo, Francisco invitó a preguntarnos si queremos al Señor, y si el pensamiento de Dios nos conmueve, nos sorprende y nos mueve a la ternura.

Lenguaje intensivo del amor

De ahí su invitación a pensar en el gran mandamiento que sostiene a todos los demás con su fórmula: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”, que utiliza “el lenguaje intensivo del amor”. Por esta razón el Papa Bergoglio también formuló la pregunta de si logramos pensar en Dios como la caricia que nos mantiene en vida, antes de la cual no hay nada. Una caricia que ni siquiera la muerte interrumpe. O si pensamos en Él sólo como en el Omnipotente creador de todas las cosas, el Juez que controla todas la acciones, lo que también es verdad. Pero como dijo el Pontífice, sólo cuando Dios es el afecto de todos nuestros afectos, llega a ser pleno el significado de estas palabras. Entonces – añadió  el Papa – nos sentimos felices, y también un poco desconcertados, porque Él piensa en nosotros y, sobre todo – exclamó – ¡nos ama!

Se trata de algo impresionante, dijo Francisco, puesto que Dios podía  hacerse reconocer sencillamente como el Ser Supremo, impartir sus mandamientos y esperar los resultados. Y, en cambio, Dios ha hecho y hace infinitamente más que esto. Y, de hecho – prosiguió – un corazón en el que habita el afecto por Dios hace que también se vuelva oración un pensamiento sin palabras o una invocación ante una imagen sagrada o un beso hacia la Iglesia. Por eso es bello cuando las mamás enseñan a sus hijos pequeños a enviar un beso a Jesús o a la Virgen, porque en ese  momento – explicó el Santo Padre – el corazón de los niños se transforma en lugar de oración, que es un don del Espíritu Santo.

Por esta razón el Papa pidió que jamás olvidemos pedir este don para cada uno de nosotros, a fin de que el tiempo de la entera vida familiar esté envuelto en el amor de Dios con la búsqueda espontánea del tiempo de la oración.

Hacia el final de su catequesis el Pontífice afirmó que el espíritu de la oración devuelve el tiempo a Dios, y después de recordar el episodio evangélico de las hermanas de Lázaro, Marta y María, en que la primera aprendió que escuchar al Señor era verdaderamente lo esencial, la “parte mejor” del tiempo; Francisco sugirió leer en casa el Evangelio, meditándolo, en la familia, mientras se reza el Rosario, para que llegue a ser como un pan bueno que alimenta el corazón de todos.

Francisco concluyó invitando a descubrir la belleza de la oración en la familia para que rezando unos por otros seamos protegidos por el amor de Dios.

Después de su catequesis el Papa Bergoglio invitó a los presentes a participar, el próximo martes 1º de septiembre, en la Primera Jornada Mundial de Oración dedicada al cuidado de la creación, que el mismo Pontífice instituyó el pasado 6 de agosto, y que tendrá lugar en la Basílica Vaticana, a las 17.00, donde el Santo Padre presidirá la Liturgia de la Palabra.

Estas fueron sus palabras:

“El próximo martes, 1º de septiembre, se celebrará la Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la creación. En comunión de oración con nuestros hermanos ortodoxos y con todas las personas de buena voluntad, queremos ofrecer nuestra contribución a la superación de la crisis ecológica que está viviendo la humanidad.

En todo el mundo, las diversas realidades eclesiales locales han programado oportunas iniciativas de oración y de reflexión, para hacer que esa Jornada sea un momento fuerte también con vistas a la asunción de estilos de vida coherentes.

Con los obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos de la Curia romana, nos encontraremos en la Basílica de San Pedro a las 17.00 para la Liturgia de la Palabra, a la que desde ahora invito a participar a los romanos, a los peregrinos y a cuantos lo deseen”.

(María Fernanda Bernasconi - RV). 

Texto y audio completo de la catequesis del Papa en italiano traducido al español

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de haber reflexionado sobre cómo la familia vive los tiempos de la fiesta y del trabajo, consideramos ahora el tiempo de la oración. La queja más frecuente de los cristianos consiste precisamente en el tiempo: “Debería rezar más…: quisiera hacerlo, pero a menudo me falta el tiempo”. Lo escuchamos continuamente.

La pena es sincera, ciertamente, porque el corazón humano busca siempre la oración, incluso sin saberlo; y si no la encuentra, no tiene paz. Pero para que se encuentren, es necesario cultivar en el corazón un amor ‘cálido’ por Dios, un amor afectivo.

Podemos hacernos una pregunta muy sencilla. Está bien creer en Dios con todo el corazón, está bien esperar que nos ayude en las dificultades, está bien sentir el deber de agradecerle. Todo bien. Pero ¿Queremos también un poco al Señor? ¿El pensamiento de Dios nos conmueve, nos asombra, nos enternece?

Pensamos a la formulación del gran mandamiento, que sostiene todos los otros: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu» (Dt 6,5; cfr Mt 22, 37). La fórmula usa el lenguaje intenso del amor, reversándolo en Dios. Aquí, el espíritu de oración vive principalmente aquí. Y si vive aquí, vive todo el tiempo y no se va nunca. ¿Conseguimos pensar en Dios como la caricia que nos tiene en vida, antes de la cual no hay nada? ¿Una caricia de la cual nada, ni siguiera la muerte, nos puede despegar? ¿O lo pensamos solamente como el gran Ser, el Todopoderoso que ha hecho cada cosa, el Juez que controla cada acción? Todo es verdad, naturalmente. Pero sólo cuando Dios es el afecto de todos nuestros afectos, el significado de estas palabras se hace pleno. Entonces nos sentimos felices, y también un poco confundidos, porque Él piensa en nosotros. Pero sobre todo ¡nos ama! ¿No es impresionante esto? ¿No es impresionante que Dios nos acaricie con amor de padre? Es muy bello, muy bello.

Podía simplemente darse a conocer como el Ser supremo, dar sus mandamientos y esperar los resultados. En cambio Dios ha hecho y hace infinitamente más que eso. Nos acompaña en el camino de la vida, nos protege, nos ama.

Si el afecto por Dios no enciende el fuego, el espíritu de la oración no calienta el tiempo. Podemos también multiplicar nuestras palabras, “como hacen los paganos” decía Jesús; o también mostrar nuestros ritos, “como hacen los fariseos” (cfr Mt 6,5.7). Un corazón habitado por el afecto por Dios convierte en oración incluso un pensamiento sin palabras, o una invocación delante de una imagen sagrada, o un beso enviado hacia la iglesia. Es bello cuando las madres enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen. ¡Cuánta ternura hay en eso!

En aquel momento el corazón de los niños se transforma en lugar de oración. Y es un don del Espíritu Santo. ¡No olvidemos nunca pedir este don para cada uno de nosotros! Porque el Espíritu de Dios tiene su modo especial de decir en nuestros corazones “Abbà”, es decir, “Padre”, nos enseña a decir padre, propio como lo decía Jesús, un modo que no podremos nunca encontrar solos (cfr Gal 4, 6). Este don del Espíritu es en familia donde se aprende a pedirlo y a apreciarlo. Si lo aprendes con la misma espontaneidad con la cual aprendes a decir “papá” y “mamá”, lo has aprendido para siempre. Cuando esto sucede, el tiempo de la entera vida familiar viene envuelto en el vientre del amor de Dios, y busca espontáneamente el tiempo de la oración.

El tiempo de la familia, lo sabemos bien, es un tiempo complicado y lleno de gente, ocupado o preocupado. Siempre es poco, nunca basta, hay tantas cosas por hacer. Quien tiene una familia aprende pronto a resolver una ecuación que ni siquiera los grandes matemáticos saben resolver: ¡dentro de las veinticuatro horas hace entrar el doble! Es así eh. ¡Existen mamás y papás que podrían vencer el Nobel por esto! ¿eh? ¡En 24 horas hacen 48! No sé cómo hacen pero se mueven y hacen, hay tanto trabajo en familia.

El espíritu de la oración restituye el tiempo a Dios, sale de la obsesión de una vida a la cual le falta siempre el tiempo, reencuentra la paz de las cosas necesarias y descubre la alegría de los dones inesperados. Buenas guías para esto son las dos hermanas Marta y María, de quienes habla el Evangelio que hemos escuchado; ellas aprendieron de Dios la armonía de los ritmos familiares: la belleza de la fiesta, la serenidad del trabajo, el espíritu de oración (cfr Lc 10, 38-42). La visita de Jesús, a quien querían bien, era su fiesta. Un día, pero, Marta aprendió que el trabajo de la hospitalidad, si bien es importante, no es todo, pero que escuchar al Señor, como hacía María, era la cosa verdaderamente esencial, la “parte mejor” del tiempo. Que la oración brote de la escucha de Jesús, de la lectura del Evangelio, no olviden, cada día leer un pasaje del Evangelio. La oración brote de la confianza con la Palabra de Dios. ¿Hay esta confianza en nuestra familia? ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos? ¿Lo meditamos rezando el Rosario? El Evangelio leído y meditado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y en la mañana y en la noche, y cuando nos sentamos en la mesa, aprendemos a decir juntos una oración, con mucha sencillez: es Jesús que viene entre nosotros, como iba en la familia de Marta, María y Lázaro. Una cosa que tengo en el corazón, que he visto en las ciudades: ¡hay niños que no han aprendido a hacer la señal de la Cruz! Tú mamá, papá, enseña al niño a rezar, a hacer la señal de la Cruz, esta es una tarea bella de las mamás y de los papás.

En la oración de la familia, en sus momentos fuertes y en sus pasajes difíciles, somos confiados los unos a los otros, para que cada uno de nosotros en familia sea cuidado por el amor de Dios. Gracias.

(Traducción del italiano – Mercedes De La Torre – RV).

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