2015-08-22 11:48:00

Con la voz del Papa Francisco, celebramos a María Reina y Madre. Su Reino es el de Jesús: amor y servicio


«Estamos hoy, como el Pueblo de Dios, a los pies de nuestra Madre a darle nuestro amor y fe»

(RV).- «Alégrate, María, alégrate. Frente a este saludo, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué quería decir. No entendía mucho lo que estaba sucediendo. Pero supo que venía de Dios y dijo «sí». María es la madre del «sí». Sí, al sueño de Dios; sí, al proyecto de Dios; sí, a la voluntad de Dios». (Homilía del Papa Francisco, en el Santuario de Caacupé, 11 de julio de 2015)

A partir de la reforma posconciliar del calendario litúrgico, la fiesta de la realeza de María se celebra en la octava de la Asunción en cuerpo y alma de la Madre de Dios. La instituyó Pío XII, cuatro años después del dogma de la Asunción, y es un tema antiguo, tradicional y entrañable en la Iglesia, que invoca a María, que junto a su Hijo, Príncipe de la paz, Rey del Universo, resplandece como Reina y Madre.

El Reino de María es el Reino de Jesús, de amor y servicio

Alentando a acercarse con mayor confianza a Nuestra Reina y Madre para pedir socorro en la adversidad, luz en las tinieblas, consuelo en el dolor y el llanto,  Pío XII en su Encíclica Ad Caeli Reginam, invitó a imitar las grandes virtudes de María:

«Consecuencia de ello será que los cristianos, al venerar e imitar a tan gran Reina y Madre, se sientan finalmente hermanos, y, huyendo de los odios y de los desenfrenados deseos de riquezas, promuevan el amor social, respeten los derechos de los pobres y amen la paz». (Ad Caeli Reginam. N. 22)

El Papa Francisco, que no deja de invitarnos a rezarle a nuestra Madre, señaló en el Santuario Mariano de Caacupé, en Paraguay, que cuando contemplamos la vida de María nos sentimos comprendidos, entendidos. Podemos sentarnos a rezar y usar un lenguaje común frente a un sinfín de situaciones que vivimos a diario. Nos podemos identificar en muchas situaciones de su vida. Contarle nuestras realidades porque ella las comprende:

«Ella es mujer de fe, es la Madre de la Iglesia, ella creyó. Su vida es testimonio de que Dios no defrauda, que Dios no abandona a su Pueblo, aunque existan momentos o situaciones en que parece que Él no está. Ella fue la primera discípula que acompañó a su Hijo y sostuvo la esperanza de los apóstoles en los momentos difíciles. Estaban encerrados con no sé cuántas llaves, de miedo, en el cenáculo. Fue la mujer que estuvo atenta y supo decir –cuando parecía que la fiesta y la alegría terminaba–: «mirá no tienen vino» (Jn 2,3). Fue la mujer que supo ir y estar con su prima «unos tres meses» (Lc 1,56), para que no estuviera sola en su parto. Esa es nuestra madre, así de buena, así de generosa, así de acompañadora en nuestra vida.

Y todo esto lo sabemos por el Evangelio, pero también sabemos que, en esta tierra, es la Madre que ha estado a nuestro lado en tantas situaciones difíciles. Este Santuario, guarda, atesora, la memoria de un pueblo que sabe que María es Madre y que ha estado y está al lado de sus hijos.

Ha estado y está en nuestros hospitales, en nuestras escuelas, en nuestras casas. Ha estado y está en nuestros trabajos y en nuestros caminos. Ha estado y está en las mesas de cada hogar. Ha estado y está en la formación de la patria, haciéndonos nación. Siempre con una presencia discreta y silenciosa. En la mirada de una imagen, una estampita o una medalla. Bajo el signo de un rosario sabemos que no vamos solos, que Ella nos acompaña.

Y, ¿por qué? Porque María simplemente quiso estar en medio de su Pueblo, con sus hijos, con su familia. Siguiendo siempre a Jesús, desde la muchedumbre. Como buena madre no abandonó a los suyos, sino por el contrario, siempre se metió donde un hijo pudiera estar necesitando de ella. Tan solo porque es Madre.

Una Madre que aprendió a escuchar y a vivir en medio de tantas dificultades de aquel «no temas, el Señor está contigo» (cf. Lc 1,30). Una madre que continúa diciéndonos: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). Es su invitación constante y continua: «Hagan lo que Él les diga». No tiene un programa propio, no viene a decirnos nada nuevo; más bien, le gusta estar callada, tan solo su fe acompaña nuestra fe».

(CdM – RV)








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