2015-02-18 16:34:00

“Conversión es volver al Señor con todo el corazón”, el Papa en el miércoles de Ceniza.


RV).- «Dios nos invita a volver a Él con un corazón nuevo, purificado del mal, para tomar parte de su gozo», es la exhortación del Papa Francisco en la celebración Eucarística al inicio de la Cuaresma. La tarde de este miércoles, el Obispo de Roma presidió la Santa Misa con el rito de la imposición de las Cenizas en la Basílica de Santa Sabina en Roma.

En su homilía el Pontífice recordó que la Cuaresma es un tiempo en el que tratamos de estar más unidos a Cristo, para compartir el misterio de su pasión y resurrección. Asimismo, el Sucesor de Pedro subrayó que el camino cuaresmal es un tiempo propicio para la “conversión”, pero no una conversión superficial y transitoria, sino un itinerario espiritual que tiene que ver con el lugar más íntimo de nuestra persona, es decir, el corazón, el centro de nuestros sentimientos, el centro en el que maduran nuestras decisiones, nuestras actitudes.

“El Señor no se cansa jamás de tener misericordia de nosotros, y quiere ofrecernos una vez más su perdón, dijo el Papa, invitándonos a volver a Él con un corazón nuevo, purificado del mal, para tomar parte de su gozo”. Para ello afirmo es necesario dejarnos reconciliar por Dios, es decir la reconciliación entre nosotros y Dios es posible gracias a la misericordia del Padre que, por amor a nosotros, no dudó en sacrificar a su Hijo unigénito.

Conscientes de esto, dijo El Papa Francisco, “iniciamos confiados y gozosos el itinerario cuaresmal. Que María Inmaculada sostenga nuestra lucha espiritual contra el pecado, nos acompañe en este momento favorable, para que podamos llegar a cantar juntos la alegría de la victoria en la Pascua de Resurrección”.

(RM - RV)

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA DEL PAPA

Como pueblo de Dios hoy comenzamos el camino de la Cuaresma, un tiempo en el que tratamos de unirnos más estrechamente al Señor Jesucristo, para compartir el misterio de su pasión y resurrección.

La liturgia de hoy nos propone ante todo el pasaje del profeta Joel, enviado por Dios para llamar a la gente a la penitencia y a la conversión, a causa de una calamidad (una invasión de langostas) que devasta la Judea. Sólo el Señor puede salvar del flagelo y por lo tanto es necesario invocarlo con oraciones y ayunos, confesando el propio pecado.

El profeta insiste en la conversión interior: «Vuelvan a mí de todo corazón» (2:12). Regresar al Señor “con todo el corazón” significa emprender el camino de una conversión no superficial y transitoria, sino un itinerario espiritual que tiene que ver con el lugar más íntimo de nuestra persona. El corazón, de hecho, es el centro de nuestros sentimientos, el centro en el que maduran nuestras decisiones, nuestras actitudes.

Aquel “vuelvan a mí de todo corazón” no implica sólo el individuo, sino que se extiende a la entera comunidad, es una convocación dirigida a todos: « ¡reúnan al pueblo, convoquen a la asamblea, congreguen a los ancianos, reúnan a los pequeños y a los niños de pecho! ¡Que el recién casado salga de su alcoba y la recién casada de su lecho nupcial!» (v. 16).

El profeta se detiene en particular en las oraciones de los sacerdotes, haciendo observar que debe estar acompañada por lágrimas. Nos hará bien pedir a todos, pero especialmente a nosotros, los sacerdotes, al comienzo de esta Cuaresma, pedir el don de las lágrimas, para hacer así nuestra oración y nuestro camino de conversión siempre más auténticos y sin hipocresía. Nos hará bien hacernos esta pregunta: ¿Lloro? ¿Llora el Papa? ¿Lloran los cardenales? ¿Lloran los obispos? ¿Lloran los consagrados? ¿Lloran los sacerdotes? ¿Está el llanto en nuestras oraciones?.

Precisamente éste es el mensaje del Evangelio de hoy. En el pasaje de Mateo, Jesús relee las tres obras de piedad previstas en la ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno. Con el tiempo, estas disposiciones se habían corroído por la herrumbre del formalismo exterior, o incluso se habían transformado en un signo de superioridad social. Jesús pone de relieve una tentación común en estas tres obras, que se puede resumir precisamente en la hipocresía (la cita tres veces): «Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos… cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas… Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas… a ellos les gusta orar de pie… para ser vistos… Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas» (Mt 6,1.2.5.16). Saben, hermanos, que los hipócritas no saben llorar, se han olvidado de cómo se llora, no piden el don de lágrimas. 

Cuando se cumple algo bueno, casi instintivamente nace en nosotros el deseo de ser estimados y admirados por esta buena acción, para tener una satisfacción. Jesús nos invita a cumplir estas obras sin ostentación alguna, y a confiar sólo en la recompensa del Padre «que ve en lo secreto» (Mt 6,4.6.18).

Queridos hermanos y hermanas, el Señor no se cansa nunca de tener misericordia de nosotros, y quiere ofrecernos una vez más su perdón - todos tenemos necesidad de él - invitándonos a volver a Él con un corazón nuevo, purificado del mal, para tomar parte de su gozo. ¿Cómo acoger esta invitación? Nos lo sugiere San Pablo: «les suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios» (2 Cor 5:20). Este esfuerzo de conversión no es solamente una obra humana. La reconciliación entre nosotros y Dios es posible gracias a la misericordia del Padre que, por amor a nosotros, no dudó en sacrificar a su Hijo unigénito. En efecto, Cristo, que era justo y sin pecado,  fue hecho pecado por nosotros (v. 21) cuando sobre la cruz cargó con nuestros pecados, y así nos rescató y redimió ante Dios. «En Él», nosotros podemos volvernos justos, en Él podemos cambiar, si acogemos la gracia de Dios y no dejamos pasar en vano el «momento favorable» (6,2). Por favor, detengámonos, detengámonos un poco y dejémonos reconciliar con Dios.

Con esta conciencia, iniciemos con confianza y alegría el itinerario cuaresmal. Que María Inmaculada sostenga nuestra lucha espiritual contra el pecado, nos acompañe en este momento favorable, para que lleguemos a cantar juntos la exultación de la victoria en la Pascua de Resurrección. Y en señal de nuestra voluntad de dejarnos reconciliar con Dios, además de las lágrimas que estarán 'en lo secreto', en público realizaremos el gesto de la imposición de la ceniza en la cabeza. 

El celebrante pronuncia estas palabras: «eres polvo y al polvo volverás» (Gen 3:19), o también repite la exhortación de Jesús: «Conviértanse y crean en la Buena Noticia» (Mc 1,15). Ambas fórmulas constituyen una exhortación a la verdad de la existencia humana: somos criaturas limitadas, pecadores siempre necesitados de penitencia y conversión. ¡Cuán importante es escuchar y acoger esta exhortación en nuestro tiempo! La invitación a la conversión es entonces un impulso a regresar, como hizo el hijo de la parábola, entre los brazos de Dios, Padre tierno y misericordioso, a confiarnos de Él y a confiarnos a Él.

 

(Traducción del italiano: Griselda Mutual, RV)








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