2015-01-30 18:26:00

Testigos de la fe, Padre Guillermo Buzzo


(RV).- Josefina es una monja de clausura. Es decir, forma parte de una comunidad contemplativa que se dedica casi exclusivamente a la oración. Su vocación no es siempre comprendida dentro y fuera de la Iglesia, pero sobre todo cuesta comprenderla cuando se piensa en su vida de modo teórico. Muchos afirman que sería mejor que en lugar de estar encerradas en un monasterio rezando, salieran a la calle y se dedicaran a obras de caridad.

Y repito, cuesta entenderlas. En parte porque no las conocemos. En parte porque no hemos recibido su llamado. Pero sobre todo, creo que hablamos sin saber.

Cuando muchos años atrás ingresé al seminario –el lugar donde los jóvenes se forman para ser sacerdotes (yo también era un joven, entonces)- pasé, junto a otros seminaristas y un sacerdote, a visitar y conocer uno de estos monasterios de clausura. Allí nos concedieron unos minutos (habrán sido quizás 15) con la hermana Josefina. Tres cosas me impactaron ese día de esta monjita entrada en años: tenía una alegría desbordante, estaba al día en noticias y lenguaje, y era una mujer absolutamente lúcida y sabia.

Al despedirse nos pidió que le dijéramos nuestros nombres, para rezar por nuestra vocación, por el éxito de este camino que comenzaríamos dos días más tarde. Así, entonces, uno por uno, los ocho nuevos seminaristas le fuimos diciendo nuestro nombre. Pasó el tiempo, y ocho años mas tarde, cuando ya estaba por ser ordenado diácono (primer paso antes de ser sacerdote) volví a ese monasterio buscando un material que precisábamos para la misa de ordenación. Fui sin avisar. Al llegar me dijeron que me recibiría una hermana. Yo me dije: ¿será la misma que nos recibió la otra vez? Difícil… Quién sabe si aún vive… Ya era muy mayor… Además, no sé como se llamaba, ni estoy seguro de poder reconocerla si la veo.

Cuando apareció la hermana, me dijo: ¡Guillermo! ¡Vas a ordenarte!! Sí –le respondí. Pero, ¿cómo sabe? Y ella, con una sonrisa me dijo: Ah… Yo les prometí que rezaría por ustedes y lo he hecho. Todas aquí en el monasterio rezamos por ustedes. Y los otros? Vinieron también? –y comenzó a nombrarlos (para mi asombro) uno por uno… Allí estaba la hermana Josefina, tan feliz como siempre, con la mirada encendida.

Ese encuentro me ayudó a entender un poco más el sentido de esa opción de vida, de esa vocación. Su oración sostiene a los demás. Es una oración fiel, perseverante, que actúa a niveles capaz imperceptibles para nosotros, pero a la que seguramente le debemos tanto.

Son muchas las personas que acuden al monasterio buscando quien las escuche; muchos son también los que llaman pidiendo que recen por ellos, porque saben que sí rezarán. Que no son promesas.

Dentro de los muros del monasterio late el corazón de la Iglesia, allí están las raíces de las que se nutre nuestro árbol. Desde allí se irradia para todo el pueblo de Dios, el suave perfume de la fe la esperanza y el amor de Cristo.

Josefina, alguien como yo, alguien como tú. Alguien que se animó a decirle sí a Jesús.

P. Guillermo Buzzo para Radio Vaticano.

 

 








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