En el camino del aeropuerto al alojamiento de los enviados de Radio Vaticana, ya se ve claramente que el pueblo filipino es un pueblo pobre. Junto a los edificios de los grandes hoteles, en la misma calle, los pequeños negocios y el tránsito muestran la desigualdad grande que sufre la gente, tanto en Manila como en los otros países de Asia.
Desde los fugitivos, prófugos y refugiados de guerra, de la violencia étnica y de los fundamentalismos religiosos, a las cuantiosas víctimas de la cultura global del descarte -que pone al centro el dinero y no la persona humana-, y pasando por los damnificados de terribles catástrofes naturales como los tsunamis, tifones y terremotos que asolan la región, se ven en Filipinas por ejemplo, familias enteras con hijos pequeños pidiendo en las esquinas, y barrios grandísimos de villas miserias o favelas.
Por eso en la misión que realiza Papa Francisco en Sri Lanka y Filipinas, el mensaje de gestos y palabras que animan y exhortan a la paz, al diálogo, a la reconciliación, al encuentro, a la solidaridad, están directamente relacionados con la solicitud pastoral de que la religiosidad se encarne en el gesto concreto de tocar a Jesús en la carne llagada del pobre. Los niños de las familias sin casa en Asia y en el mundo, que piden limosna entre la multitud que transita indiferente, también deben saber que son hijos amados de Dios; que Dios está muy cerca, que pueden sentir su amor, conocer su ternura y misericordia, como expresó ya el Obispo de Roma en el santuario de Nuestra Señora de Madhu en Sri Lanka. Dijo allí dijo que María nos sigue llevando a Jesús, el único que tiene el poder para curar las heridas abiertas y devolver la paz a los corazones desgarrados.
Bienvenido Papa Francisco a Filipinas, con la caricia de la ternura de Dios por sus pobres.
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