2015-01-09 16:46:00

Testigos de la fe, con el P. Guillermo Buzzo



(RV) Bernabé es uno de esos personajes que nunca faltan en un pueblo chico. Un tipo pintoresco (podría definirlo alguien), alguien que a causa de un severo problema de orden síquico, carga con el estigma de ser llamado “loco”. Y cuando alguien entra en esa “categoría”, difícilmente puede salir. No hablo desde un punto de vista médico, lógicamente, porque gracias a Dios, muchas enfermedades encuentran hoy una cura, y una completa rehabilitación. Me refiero al lugar social que esa persona ocupa, a la etiqueta que recibe un día y para siempre.

Bernabé, según me han contado, nació en una familia de clase media alta, trabajadora, pero de buen pasar. Su infancia y adolescencia las pasó como cualquiera de sus amigos, pero “algo” -que nunca sabremos qué fue- hizo que un día hizo él cortara los puentes que lo unían con la realidad. En pocos días –según dicen- Bernabé se sumergió en el delirio, la soledad, y tras algunos eventos familiares, tomó la calle. Allí en la calle, se volvió un indigente y un personaje popular al mismo tiempo. La calle la alternaba con esporádicas entradas al hospital siquiátrico donde se internaba cada tanto, y de donde lo veíamos salir transformado por completo: limpio, prolijo, tranquilo.

Una vez, durante una de sus internaciones me lo encontré “predicando” sobre la santidad a otro interno, aparentemente necesitado de sus consejos. Otra vez, en una plaza, me lo crucé. Llevaba una gran cantidad de pan (que seguramente le habrían regalado). Iba a paso firme y decidido. ¿A dónde vas Bernabé? Al hospital. Hay muchos allí que no tienen nada, y a mí me sobra –me contestó.

Pero hay una anécdota que siempre me ha conmovido. Bernabé solía entrar al templo parroquial a pedir monedas durante la misa, y en una ocasión lo vi acercarse a una mujer bien vestida que estaba en misa, con la que parecía su hija y conversar brevemente con ella. Terminada la misa –Bernabé se había ido antes de la bendición final- la mujer se acercó y me preguntó: ¿Quién es el muchacho que se me acercó durante la misa? ¿Lo vio, padre? Bernabé –le respondí. ¿Por qué? Te pidió dinero, tal vez… No, no me pidió dinero –dijo con gesto de asombro. Acá nadie sabe de mi vida. Por mi aspecto… dígame la verdad… usted no diría que hoy ni mi hija ni yo comimos nada. Nadie lo sabe. Pero a menudo no tenemos ni para comer. Tratamos, sin embargo de que nuestro aspecto no nos delate. No queremos que la gente sienta lástima de nosotros. ¿Cómo hizo él para saberlo? ¿Quién? ¿Bernabé? –pregunté yo. Sí. Se me acercó durante la misa, con su mano llena de monedas, me las puso en la mano, y me dijo: Yo sé que vos hoy no comiste. Tomá! A mí me sobra. Y se fue. ¿Cómo hizo?

No lo sé. Pero lo supo. Y ahora lo sé yo también, y espero que aceptes también la ayuda de la comunidad –le dije, reconociendo nuestra omisión, pero en parte también sin saber cómo contestar a semejante pregunta.

El gesto de Bernabé (un gesto entre tantos que le conozco) muestran que ese personaje del que muchos no saben ni siquiera cómo se llama, y que siempre asociamos al delirio y la evasión poseía un corazón más sensato y concreto que muchos cuerdos.

Bernabé, alguien como yo, alguien como tú. Alguien que se animó a decirle sí a Jesús.








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