2014-11-18 18:18:00

Reconforta saber que dieron la vida también por nosotros


REFLEXIONES EN FRONTERA jesuita Guillermo Ortiz

(RADIO VATICANA) En la familia tenemos muchos que fueron capaces de jugarse por Jesús a costa de la vida por él y como él. Por eso es bello y reconfortante para el alma sentir y gustar que en nuestra historia hay personas generosas, coherentes, valientes que dieron la vida por su fe, como son Pedro pescador y Pablo de Tarso. Después del encuentro con Jesús -que les cambió la vida 180 grados-, dejaron todo y salieron a dar testimonio de la resurrección y la nueva Vida en Cristo. Son fundadores de las primeras comunidades cristianas en sentido pleno, es decir, convocaron una comunidad en nombre del Resucitado y con el testimonio supremo del martirio, por la fe de esta comunidad, se convirtieron en fundamento, en cimiento, en piedra viva que sostiene el edificio espiritual.

Los dos llegaron a Roma, fueron carcelados y martirizados, a Pedro lo crucificaron cabeza abajo en la actual plaza del santuario de san Pedro y a Pablo lo decapitaron. Lo que sostiene a la familia es la fe en el Resucitado sellada, lacrada, firmada, rubricada con las sangre de los mártires de ayer y de hoy. Esta belleza y fuerza de la fe se hace visible de manera particular en las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma. Sobre estas tumbas se levantan la Basílica de San Pedro y la Basílica San Pablo extramuros. Estas basílicas son para los católicos metas de peregrinación desde el inicio; nos hablan con firmeza de la poderosa fuerza del amor de Dios que nos cura, vivifica y misiona ofreciéndonos su Vida plena. Como la tumba vacía de Jesús en Tierra Santa, dentro de la basílica del santo sepulcro, también ellas nos hablan del Resucitado y nos invitan a buscarlo en comunidad.

Vivir en Roma es como habitar dentro de un gran museo con siglos de historia, con tantos edificios, monumentos, obras de arte, tumbas, mausoleos. Pero al paso del tiempo siento y gusto cosas muy distintas. En las basílicas llenas de peregrinos, siento que son piedras vivas. No es el granito su corazón. La fe en la vida nueva del Resucitado es el tuétano, el alma de su materia sólida, pétrea. La sangre de los mártires, que viven en Dios y en contacto con nosotros vivifica estas piedras monumentales junto con las raíces del templo espiritual que es Jesucristo vivo en la comunidad.

Por otra parte, en el Coliseo romano, por ejemplo, y tantos otros edificios y monumentos que son ciertamente muy interesantes, no siento otra cosa que el eco confuso de otros tiempos desconocidos, lejanos y perdidos; resonancias antiguas sobre piedras muertas; materia corroída y herrumbrada. Mientas que las manos de los millones de peregrinos y devotos que tocan las piedras de los templos y las imágenes de san Pedro y san Pablo para “tomar gracia”, las limpian del herrumbre del olvido y nos ponen en contacto inmediato y directo con los mártires que viven en el Resucitado ahora.

De tal manera que entrar en estas basílicas es realmente entrar en una tumba, pero es para resucitar. Es entrar en la comunidad por el bautismo, por los sacramentos, para vivir, por este morir al mundo –entrar al templo es dejar el mundo, todo lo demás- para resucitar a la vida nueva en Cristo. Que sea así. Que el entrar en estas basílicas sea entrar a vivir la Vida plena que tienen los mártires que murieron por Cristo para vivir con él resucitado. Santos Pedro y Pablo, Rueguen por nosotros.








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