La Iglesia es de Cristo y los Obispos con el Sucesor de Pedro tienen que custodiarla
no como patrones sino como servidores, dijo el Papa al Final del Sínodo
(RV).- Con un corazón lleno de reconocimiento y de gratitud, finalizados los trabajos
del Sínodo, el Papa se dirigió a todos los participantes: “Puedo decir serenamente
que -con un espíritu de colegialidad y de sinodalidad- hemos vivido verdaderamente
una experiencia de "sínodo", un recorrido solidario, un "camino juntos"- expresó.
Y siendo un "camino" -como todo camino- hubo momentos de profunda consolación, escuchando
el testimonio de pastores verdaderos y los testimonios de las familias que han participado
del Sínodo. Y también hubo momentos de desolación, de tensión y de tentación.
Seguidamente
Francisco dibujó un mapa de posibles tentaciones: La tentación del endurecimiento
hostil; del “buenismo destructivo”. Latentación de transformar la piedra en
pan y el pan en piedra; la tentación de descender de la cruz; de descuidar el “depositum
fidei”, considerándose no custodios, sino propietarios y patrones, o, por otra
parte, ¡la tentación de descuidar la realidad utilizando una lengua minuciosa y un
lenguaje inflado para decir tantas cosas y no decir nada!”.
El Sucesor
de Pedro afirmó que las tentaciones no nos deben ni asustar ni desconcertar, ni mucho
menos desanimar. Si Jesús fue tentado, sus discípulos no deben esperarse un tratamiento
mejor. Esta es la Iglesia –dijo el Papa-, que no tiene miedo de arremangarse las manos
para derramar el olio y el vino sobre las heridas de los hombres; que no mira a la
humanidad desde un castillo de vidrio para juzgar y clasificar a las personas, compuesta
de pecadores, necesitados de Su misericordia. Esta es la Iglesia que busca ser fiel
a su Esposo y a su doctrina; que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas
y publicanos; que tiene las puertas abiertas para recibir a los necesitados, los arrepentidos
y ¡no sólo los justos o aquellos que creen ser perfectos!
Y concluyó sosteniendo
que cuando la Iglesia se expresa en comunión, no puede equivocarse: es la belleza
y la fuerza del sensus fidei de aquel sentido sobre natural de la fe, que viene
dado por el Espíritu Santo para que, juntos, podamos todos entrar en el corazón del
Evangelio y aprender a seguir a Jesús en nuestra vida, y esto no debe ser visto como
motivo de confusión y malestar.
Dijo que “la Iglesia es de Cristo y todos
los Obispos con el Sucesor de Pedro, tienen la tarea y el deber de custodiarla y de
servirla, no como patrones sino como servidores. El Papa en este contexto
no es el señor supremo sino más bien el supremo servidor; el garante de la
obediencia, de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de
Cristo y al Tradición de la Iglesia poniendo de parte todo arbitrio personal, aunque
– por voluntad de Cristo mismo – “el pastor y doctor supremo de todos los fieles”
(Can. 749) y además gozando “de la potestad ordinaria que es suprema, plena, inmediata
y universal de la iglesia” (Cf. Cann. 331-334)”.
El Vicario de Cristo
explicó que “todavía tenemos un año para madurar con verdadero discernimiento espiritual,
las ideas propuestas y encontrar soluciones concretas a las tantas dificultades e
innumerables desafíos que las familias deben afrontar; para dar respuesta a tantos
desánimos que circundan y sofocan a las familias, un año para trabajar sobre la “Relatio
Sinody” que es el reasunto fiel y claro de todo lo que fue dicho y discutido en
esta aula y en los círculos menores".
Texto completo de las palabras
del Papa al final del Sínodo:
Queridos: Eminencias, Beatitudes, Excelencias,
hermanos y hermanas:
¡Con un corazón lleno de reconocimiento y de gratitud
quiero agradecer junto a ustedes al Señor que nos ha acompañado y nos ha guiado
en los días pasados, con la luz del Espíritu Santo!
Agradezco de corazón a
S. E. Card. Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo, S. E. Mons. Fabio Fabene,
Sub-secretario, y con ellos agradezco al Relator S. E. Card. Peter Erdő y el Secretario
Especial S. E. Mons. Bruno Forte, a los tres Presidentes delegados, los escritores,
los consultores, los traductores, y todos aquellos que han trabajado con verdadera
fidelidad y dedicación total a la Iglesia y sin descanso: ¡gracias de corazón!
Agradezco igualmente a todos ustedes, queridos Padres Sinodales, Delegados
fraternos, Auditores, Auditoras y Asesores por su participación activa y fructuosa.
Los llevare en las oraciones, pidiendo al Señor los ¡recompense con la abundancia
de sus dones de su gracia!
Puedo decir serenamente que – con un espíritu de colegialidad y
de sinodalidad – hemos vivido verdaderamente una experiencia de "sínodo",
un recorrido solidario, un "camino juntos".
Y siendo “un camino" –
como todo camino – hubo momentos de corrida veloz, casi de querer vencer el tiempo
y alcanzar rápidamente la meta; otros momentos de fatiga, casi hasta de querer decir
basta; otros momentos de entusiasmo y de ardor. Momentos de profunda consolación,
escuchando el testimonio de pastores verdaderos (Cf. Jn. 10 y Cann. 375, 386, 387)
que llevan en el corazón sabiamente, las alegrías y las lágrimas de sus fieles. Momentos
de gracia y de consuelo, escuchando los testimonios de las familias que han participado
del Sínodo y han compartido con nosotros la belleza y la alegría de su vida matrimonial.
Un camino donde el más fuerte se ha sentido en el deber de ayudar al menos fuerte,
donde el más experto se ha prestado a servir a los otros, también a través del debate.
Y porque es un camino de hombres, también hubo momentos de desolación, de tensión
y de tentación, de las cuales se podría mencionar alguna posibilidad:
- La
tentación del endurecimiento hostil, esto es el querer
cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por el
Dios de las sorpresas (el espíritu); dentro de la ley, dentro de la certeza de lo
que conocemos y no de lo que debemos todavía aprender y alcanzar. Es la tentación
de los celantes, de los escrupulosos, de los apresurados, de los así llamados "tradicionalistas" y
también de los intelectualistas.
- La tentación del “buenismo”
destructivo, que a nombre de una misericordia engañosa venda las heridas sin
primero curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causa y las raíces.
Es la tentación de los "buenistas", de los temerosos y también de los así llamados “progresistas
y liberalistas”.
- La tentación de transformar la
piedra en pan para romper el largo ayuno, pesado y doloroso (Cf. Lc 4,
1-4) y también de transformar el pan en piedra,
y tirarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos (Cf. Jn 8,7) de transformarla
en “fardos insoportables” (Lc 10,27).
- La tentación de descender
de la cruz, para contentar a la gente, y no permanecer, para cumplir la voluntad
del Padre; de ceder al espíritu mundano en vez de purificarlo e inclinarlo al Espíritu
de Dios.
- La Tentación de descuidar el “depositum
fidei”, considerándose no custodios, sino propietarios y patrones, o por otra
parte, la tentación de descuidar la realidad utilizando ¡una lengua minuciosa
y un lenguaje pomposo para decir tantas cosas y no decir nada!
Queridos hermanos
y hermanas, las tentaciones no nos deben ni asustar ni desconcertar, ni mucho menos
desanimar, porque ningún discípulo es más grande de su maestro; por lo tanto si Jesús
fue tentado – y además llamado Belcebú (Cf. Mt 12,24) – sus discípulos no deben esperarse
un tratamiento mejor.
Personalmente me hubiera preocupado mucho y entristecido
sino hubieran estado estas tenciones y estas discusiones animadas; este movimiento
de los espíritus, como lo llamaba San Ignacio (EE, 6) si todos hubieran estado de
acuerdo o taciturnos en una falsa y quietista paz. En cambio he visto y escuchado
– con alegría y reconocimiento – discursos e intervenciones llenos de fe, de celo
pastoral y doctrinal, de sabiduría, de franqueza, de coraje y parresia.
Y he sentido que ha sido puesto delante de sus ojos el bien de la Iglesia, de las
familias y la “suprema lex”: la “salus animarum” (Cf.
Can. 1752). Y esto siempre sin poner jamás en discusión la verdad fundamental del
Sacramento del Matrimonio: la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la procreatividad,
o sea la apertura a la vida (Cf. Cann. 1055, 1056 y Gaudium et Spes, 48).
Esta es la Iglesia, la viña del Señor, la Madre fértil y la Maestra premurosa,
que no tiene miedo de arremangarse las manos para derramar el olio y el vino sobre
las heridas de los hombres (Cf. Lc 10,25-37); que no mira a la humanidad desde un
castillo de vidrio para juzgar y clasificar a las personas. Esta es la Iglesia Una,
Santa, Católica y compuesta de pecadores, necesitados de Su misericordia. Esta es
la Iglesia, la verdadera esposa de Cristo, que busca ser fiel a su Esposo y a su doctrina.
Es la Iglesia que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas y los publicanos
(Cf. Lc 15). La Iglesia que tiene las puertas abiertas para recibir a los necesitados,
los arrepentidos y ¡no sólo a los justos o aquellos que creen ser perfectos! La Iglesia
que no se avergüenza del hermano caído y no finge de no verlo, al contrario, se siente
comprometida y obligada a levantarlo y a animarlo a retomar el camino y lo acompaña
hacia el encuentro definitivo con su Esposo, en la Jerusalén celeste.
¡Esta
es la Iglesia, nuestra Madre! Y cuando la Iglesia, en la variedad de sus carismas,
se expresa en comunión, no puede equivocarse: es la belleza y la fuerza del sensus
fidei, de aquel sentido sobre natural de la fe, que viene dado por el Espíritu
Santo para que, juntos, podamos todos entrar en el corazón del Evangelio y aprender
a seguir a Jesús en nuestra vida, y esto no debe ser visto como motivo de confusión
y malestar.
Tantos comentadores han imaginado ver una Iglesia en litigio donde
una parte esta contra la otra, dudando hasta del Espíritu Santo, el verdadero promotor
y garante de la unidad y de la armonía en la Iglesia. El Espíritu Santo que a lo largo
de la historia ha conducido siempre la barca, a través de sus Ministros, también cuando
el mar era contrario y agitado y los Ministros infieles y pecadores.
Y, como
he osado decirles al inicio, era necesario vivir todo esto con tranquilidad y paz
interior también, porque el sínodo se desarrolla cum Petro et sub
Petro, y la presencia del Papa es garantía para todos.
Por lo tanto, la
tarea del Papa es aquella de garantizar la unidad de la Iglesia; es aquella de recordar
a los fieles su deber de seguir fielmente el Evangelio de Cristo; es aquella de recordar
a los pastores que su primer deber es nutrir la grey que el Señor les ha confiado
y de salir a buscar – con paternidad y misericordia y sin falsos miedos – la oveja
perdida.
Su tarea es la de recordar a todos que la autoridad en la Iglesia
es servicio (Cf. Mc 9,33-35) como ha explicado con claridad el Papa Benedicto XVI
con palabras que cito textualmente: “la Iglesia esta llamada y se empeña en ejercitar
este tipo de autoridad que es servicio, y la ejercita no a título propio, sino en
el nombre de Jesucristo… a través de los Pastores de la Iglesia, de hecho, Cristo
apacienta a su grey: es Él que la guía, la protege, la corrige porque la ama profundamente.
Pero el Señor Jesús, Pastor supremo de nuestras almas, ha querido que el Colegio Apostólico,
hoy los Obispos, en comunión con el Sucesor de Pedro … participaran en este misión
suya de cuidar al pueblo de Dios, de ser educadores de la fe, orientando, animando
y sosteniendo a la comunidad cristiana, o como dice el Concilio, “cuidando sobre
todo que cada uno de los fieles sean guiados en el Espíritu santo a vivir según el
Evangelio su propia vocación, a practicar una caridad sincera
y operosa y a ejercitar aquella libertad con la que Cristo nos ha librado” (Presbyterorum
Ordinis, 6)… Y a través de nosotros – continua el Papa Benedicto – es que el Señor
llega a las almas, las instruyen las custodia, las guía. San Agustín en su Comentario
al Evangelio de San Juan dice: “Sea por lo tanto un empeño de amor apacentar la
grey del Señor” (123,5); esta es la suprema norma de conducta de los
ministros de Dios, un amor incondicional, como aquel del buen Pastor, lleno de alegría,
abierto a todos, atento a los cercanos y premuroso con los lejanos (Cf. S.
Agustín, Discurso 340, 1; Discurso 46,15), delicado con los más débiles, los
pequeños, los simples, los pecadores, para manifestar la infinita misericordia de
Dios con las confortantes de la esperanza (Cf. Id., Carta 95,1)” (Benedicto
XVI Audiencia General, miércoles, 26 de mayo de 2010).
Por lo tanto la Iglesia
es de Cristo – es su esposa – y todos los Obispos del Sucesor de Pedro, tienen la
tarea y el deber de custodiarla y de servirla, no como patrones sino como servidores.
El Papa en este contexto no es el señor supremo sino más bien
el supremo servidor – “Il servus servorum Dei”; el garante
de la obediencia , de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio
de Cristo y al Tradición de la Iglesia poniendo de parte todo arbitrio personal, siendo
también – por voluntad de Cristo mismo – “el Pastor y Doctor supremo de todos
los fieles” (Can. 749) y gozando “de la potestad ordinaria que es suprema,
plena, inmediata y universal de la iglesia” (Cf. Cann. 331-334).
Queridos
hermanos y hermanas, ahora todavía tenemos un año para madurar con verdadero discernimiento
espiritual, las ideas propuestas y encontrar soluciones concretas a las tantas dificultades
e innumerables desafíos que las familias deben afrontar; para dar respuesta a tantos
desánimos que circundan y sofocan a las familias, un año para trabajar sobre la “Relatio
Synodi” que es el reasunto fiel y claro de todo lo que fue dicho y discutido
en esta aula y en los círculos menores.
¡El Señor nos acompañe y nos guie
en este recorrido para gloria de Su nombre con la intercesión de la Virgen María y
de San José! ¡Y por favor no se olviden de rezar por mí!
(Traducción
del italiano: jesuita Guillermo Ortiz y Renato Martinez)