(RV).-Durante este tiempo – dijo el Papa en su catequesis en la audiencia general - hemos hablado sobre la Iglesia, sobre nuestra santa madre Iglesia, el pueblo de Dios en camino. Y hoy queremos preguntarnos: al final, ¿qué fin tendrá el pueblo de Dios?
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis nos preguntamos por el destino final del pueblo de Dios. Qué tenemos
que esperar. El Apocalipsis nos presenta dos imágenes: la esposa que espera a su Esposo,
y esto nos habla del proyecto de comunión con la persona de Jesús que Dios ha trazado
a lo largo de la historia, y la otra imagen, la Nueva Jerusalén, que evoca el lugar
donde todos los pueblos se reunirán junto a Dios.
La esperanza cristiana – dijo el Santo Padre- no es sólo un deseo, un auspicio. Para
un cristiano, la esperanza es espera, espera ferviente, apasionada por el cumplimiento
último y definitivo de un misterio, el misterio del amor de Dios.
La esperanza cristiana engloba a toda la persona, pues no es, la esperanza, un
mero deseo o un optimismo, sino la plena realización del misterio del amor divino,
en el que hemos renacido y en el que ya vivimos.
Nosotros deseamos, anhelamos la venida de Nuestro Señor Jesucristo, y Él se hace cada
día más cercano a nosotros para llevarnos finalmente a la plenitud de su comunión
y su paz.
Debemos preguntarnos, sin embargo, con gran sinceridad, ¿somos testigos realmente
luminosos y creíbles de esta espera, de esta esperanza? ¿Nuestras comunidades viven
aún en el signo de la presencia del Señor Jesús y en la espera ardiente de su venida,
o aparecen cansadas, entorpecidas, bajo el peso de la fatiga y la resignación?
Por ello, la Iglesia tiene la misión de mantener encendida la lámpara de esa esperanza,
como signo seguro de la salvación. Debemos preguntarnos si de verdad somos testigos
luminosos y creíbles de esa esperanza, si nuestras vidas, nuestras comunidades manifiestan
la presencia del Señor y esta espera ardiente de su venida, si no corremos el riesgo
de agotar el aceite de nuestra fe y perder la alegría.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, Costa Rica, Argentina y otros países latinoamericanos. Que María Santísima, Madre de la esperanza, nos enseñe a gustar ya desde ahora del amor de Cristo que un día se nos manifestará en plenitud. Muchas gracias.
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