El viento de Pentecostés sople sobre los trabajos sinodales, sobre la Iglesia, las
familias y la humanidad entera, pide el Papa
(RV).- (Con audio) Pidamos al Espíritu Santo escuchar a Dios y el clamor del pueblo,
disponibilidad a confrontarnos de forma sincera, abierta y fraterna, mantener nuestra
mirada fija en Jesucristo, haciendo lo que Él nos diga. Palabras que contienen el
testamento espiritual de María, «amiga siempre atenta para que no falte el vino en
nuestras vidas» (Evangelii gaudium, 286). ¡Hagámoslas nuestras! - alentó el Papa Francisco
- en la víspera de la solemne apertura de la III Asamblea General Extraordinaria del
Sínodo de los Obispos sobre los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto
de la Evangelización. En una Vigilia de oración organizada por la Conferencia Episcopal
Italiana, en la Plaza de San Pedro.
«¡Sí, en el Evangelio está la salvación
que colma las necesidades más profundas del hombre!», reiteró el Obispo de Roma, haciendo
hincapié en que «de esta salvación - obra de la misericordia de Dios y de Su gracia
- como Iglesia, somos signo e instrumento, sacramento vivo y eficaz (cf. Exhortación
Apostólica Evangelii gaudium, 112.). Si no fuera así, nuestro edificio sería sólo
un castillo de naipes y los pastores se reducirían a clérigos de estado, en cuyos
labios el pueblo buscaría en vano la frescura y el “olor a Evangelio" (Ibid., 39)».
«Nuestra
escucha y nuestro confrontarnos sobre la familia, amada con la mirada de Cristo, se
volverán una oportunidad providencial para renovar - siguiendo el ejemplo de San Francisco
– a la Iglesia y a la sociedad», señaló el Papa, añadiendo luego que «con la alegría
del Evangelio, volveremos a encontrar el camino de una Iglesia reconciliada y misericordiosa,
pobre y amiga de los pobres; una Iglesia capaz de «triunfar con paciencia y caridad
en sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas» (Concilio Ecuménico
Vaticano II Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 8).
«Pueda
soplar el viento de Pentecostés sobre los trabajos sinodales, sobre la Iglesia, sobre
la humanidad entera. Desate los nudos que impiden a las personas encontrarse, sane
las heridas que sangran, reavive la esperanza. Nos conceda aquella caridad creativa
que permite amar como Jesús amó. Y nuestro anuncio volverá a encontrar la vitalidad
y el dinamismo de los primeros misioneros del Evangelio, pidió el Santo Padre al concluir
su homilía. (CdM- RV)
Palabras del Papa
Queridas
familias ¡Buenas noches!
Anochece ahora en nuestra asamblea.
Es la
hora en que se vuelve a casa de buen grado, para encontrarse en la misma mesa, en
el espesor de los afectos, el bien cumplido y recibido, de los encuentros que calientan
el corazón y lo hacen crecer, vino bueno que anticipa en los días del hombre la fiesta
sin ocaso.
Y también es la hora que más pesa para el que se encuentra cara
a cara con su propia soledad, en el crepúsculo amargo de sueños y proyectos quebrados:
cuántas personas arrastran sus días en el callejón sin salida de la resignación, del
abandono, e incluso del rencor; en cuántos hogares ha faltado el vino de la alegría
y, por lo tanto, el sabor - la misma sabiduría - de la vida...
De los unos
y de los otros, esta noche, nos hacemos voz con nuestra oración.
Es significativo
que - incluso en la cultura individualista que desnaturaliza y hace efímeros los
vínculos – en cada nacido de mujer permanezca vivo un anhelo esencial de estabilidad,
de una puerta abierta, de una persona con la cual entretejer y compartir la historia
de la vida, una historia a la cual pertenecer. La comunión de vida asumida por el
esposo y la esposa, su apertura al don de la vida, la custodia recíproca, el encuentro
y la memoria de las generaciones, el acompañamiento educativo, la transmisión de la
fe cristiana a los hijos...: con todo esto la familia sigue siendo escuela incomparable
de humanidad, contribución indispensable para una sociedad justa y solidaria (Cf.
Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 66-68).
Y cuanto más profundas son
sus raíces, más se puede salir y llegar lejos en la vida, sin perderse ni sentirse
extranjeros en ningún lugar.
Este horizonte nos ayuda a comprender la
importancia de la Asamblea sinodal que se abre mañana.
Ya el ‘convenire in
unum’, alrededor del Obispo de Roma, es un evento de gracia, en el que la colegialidad
episcopal se manifiesta en un camino de discernimiento espiritual y pastoral. Para
buscar lo que el Señor le pide hoy a Su Iglesia, debemos escuchar los latidos de este
tiempo y percibir el 'olor' de los hombres de hoy, hasta quedar impregnados de sus
alegrías y esperanzas, sus tristezas y angustias (cf Concilio Ecuménico Vaticano II,
Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes, 1): entonces
sabremos proponer con credibilidad la buena noticia sobre la familia.
Sabemos,
en efecto, que en el Evangelio hay una fuerza y una ternura capaces de vencer lo
que crea infelicidad y violencia. ¡Sí, en el Evangelio está la salvación que colma
las necesidades más profundas del hombre! De esta salvación - obra de la misericordia
de Dios y de Su gracia - como Iglesia, somos signo e instrumento, sacramento vivo
y eficaz (cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 112.). Si no fuera así, nuestro
edificio sería sólo un castillo de naipes y los pastores se reducirían a clérigos
de estado, en cuyos labios el pueblo buscaría en vano la frescura y el “olor a Evangelio"
(Ibid., 39).
Emergen así también los contenidos de nuestra oración.
Al
Espíritu Santo, pidámosle para los Padres Sinodales, ante todo, el don de la escucha:
escuchar a Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escuchar al pueblo, hasta
respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama.
Junto con la escucha,
invoquemos la disponibilidad a confrontarnos de forma sincera, abierta y fraterna,
que nos lleve a asumir con responsabilidad pastoral los interrogativos que este cambio
de época trae consigo. Dejemos que se derramen en nuestro corazón, sin perder nunca
la paz, sino con la confianza serena en que, a su tiempo, el Señor no dejará de volver
a conducir hacia la unidad.
La historia de la Iglesia ¿no nos presenta acaso
tantas situaciones análogas, que nuestros padres supieron superar con obstinada paciencia
y creatividad?
El secreto está en una mirada: y es el tercer don que imploramos
con nuestra oración. Porque, si de verdad queremos verificar nuestro pasado en el
terreno de los desafíos contemporáneos, la condición decisiva es mantener nuestra
mirada fija en Jesucristo - Lumen Gentium, Luz de los pueblos- detenernos en la contemplación
y en la adoración de su rostro. Si asumimos su manera de pensar, de vivir y de relacionarse,
no tendremos dificultades para traducir el trabajo sinodal en indicaciones y caminos
para la pastoral de de la persona y de la familia. De hecho, cada vez que volvemos
a la fuente de la experiencia cristiana, se abren nuevos caminos y posibilidades inimaginables.
Es lo que deja intuir la indicación evangélica: «Hagan todo lo que él les diga». (Jn
2,5). Son palabras que contienen el testamento espiritual de María, «amiga siempre
atenta para que no falte el vino en nuestras vidas» (Evangelii gaudium, 286). ¡Hagámoslas
nuestras!
Entonces, nuestra escucha y nuestro confrontarnos sobre la familia,
amada con la mirada de Cristo, se volverán una oportunidad providencial para renovar
- siguiendo el ejemplo de San Francisco – a la Iglesia y a la sociedad.
Con
la alegría del Evangelio, volveremos a encontrar el camino de una Iglesia reconciliada
y misericordiosa, pobre y amiga de los pobres; una Iglesia capaz de «triunfar con
paciencia y caridad en sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas»
(Concilio Ecuménico Vaticano II Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium,
8).
Pueda soplar el viento de Pentecostés sobre los trabajos sinodales, sobre
la Iglesia, sobre la humanidad entera. Desate los nudos que impiden a las personas
encontrarse, sane las heridas que sangran, reavive la esperanza. Nos conceda aquella
caridad creativa que permite amar como Jesús amó.
Y nuestro anuncio volverá
a encontrar la vitalidad y el dinamismo de los primeros misioneros del Evangelio.
Traducción
del italiano: Cecilia de Malak- Radio Vaticano