"Los jóvenes dan fuerza y los ancianos robustecen esta fuerza", el Papa en la homilía
de la misa con los mayores
(RV).- (actualizado con texto y audio) El Santo Padre durante su homilía en la misa
por la celebración de la jornada dedicada a los abuelos y ancianos, recordó la figura
de la Virgen María como ejemplo en la dedicación y el cariño a los más mayores. “María
nos muestra el camino a seguir: ir a visitar a la anciana pariente, para estar con
ella, pero también para aprender de ella, que ya es mayor, una sabiduría de vida”,
dijo. El Obispo de Roma, en una plaza de San Pedro repleta de fieles explicó que es
común que los jóvenes en una etapa adolescente de la vida, se alejen de los padres
y de los abuelos para “liberarse del legado generacional”, pero especificó que el
problema llega si no se recupera este encuentro, y entonces se llega a un "grave empobrecimiento
del pueblo y una libertad que prevalece en una sociedad falsa". Al final de su
homilía el Papa Francisco hizo hincapié en que “los jóvenes dan fuerza para hacer
avanzar al pueblo, y los ancianos robustecen esta fuerza con la memoria y la sabiduría
popular”. (MZ-RV)
Palabras del Santo Padre en la homilía(audio
de la crónica de Radio Vaticano con la voz del Papa: El Evangelio que
acabamos de escuchar, lo acogemos hoy como el Evangelio del encuentro entre los jóvenes
y los ancianos: un encuentro lleno de gozo, de fe y de esperanza. María es joven,
muy joven. Isabel es anciana, pero en ella se ha manifestado la misericordia de Dios,
y, junto a con su esposo Zacarías, está en espera de un hijo desde hace seis meses. También
en esta ocasión, María nos muestra el camino: ir a visitar a la anciana pariente,
para estar con ella, ciertamente para ayudarla, pero también y sobre todo para aprender
de ella, que ya es mayor, una sabiduría de vida. La Primera Lectura recuerda de
varios modos el cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán
tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12). No hay
futuro para el pueblo sin este encuentro entre generaciones, sin que los niños reciban
con gratitud el testigo de la vida por parte de los padres. Y, en esta gratitud a
quien te ha transmitido la vida, hay también un agradecimiento al Padre que está en
los cielos. Hay a veces generaciones de jóvenes que, por complejas razones históricas
y culturales, viven más intensamente la necesidad de independizarse de sus padres,
casi de «liberarse» del legado de la generación anterior. Es como un momento de adolescencia
rebelde. Pero, si después no se recupera el encuentro, si no se logra un nuevo equilibrio
fecundo entre las generaciones, se llega a un grave empobrecimiento del pueblo, y
la libertad que prevalece en la sociedad es una falsa libertad, que casi siempre se
convierte en autoritarismo.
El mismo mensaje nos llega de la exhortación del
apóstol Pablo dirigida a Timoteo y, a través de él, a la comunidad cristiana. Jesús
no abolió la ley de la familia y la transición entre las generaciones, sino que la
llevó a su plenitud. El Señor ha formado una nueva familia, en la que, por encima
de los lazos de sangre, prevalece la relación con él y el cumplir la voluntad de Dios
Padre. Pero el amor por Jesús y por el Padre eleva el amor a los padres, hermanos
y abuelos, renueva las relaciones familiares con la savia del Evangelio y del Espíritu
Santo. Y así, san Pablo recomienda a Timoteo, que es Pastor, y por tanto padre de
la comunidad, que se respete a los ancianos y a los familiares, y exhorta a que se
haga con actitud filial: al anciano «como un padre», a las ancianas «como a madres»
(cf. 1Tm 5,1). El jefe de la comunidad no está exento de esta
voluntad de Dios, sino que, por el contrario, la caridad de Cristo le insta a hacerlo
con un amor más grande. Como la Virgen María, que aun habiéndose convertido en la
Madre del Mesías, se siente impulsada por el amor de Dios, que en ella se está encarnando,
a ir de prisa hacia su anciana pariente.
Volvamos, pues, a este «icono» lleno
de alegría y de esperanza, lleno de fe, lleno de caridad. Podemos pensar que la Virgen
María, estando en la casa de Isabel, habrá oído rezar a ella y a su esposo Zacarías
con las palabras del Salmo Responsorial de hoy: «Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud... No me rechaces ahora en la vejez, me van
faltando las fuerzas, no me abandones... Ahora, en la vejez y en las canas, no me
abandones, Dios mío, hasta que describa tu poder, tus hazañas a la nueva generación»
(Sal 70,9.5.18). La joven María escuchaba, y lo guardaba todo en su corazón.
La sabiduría de Isabel y Zacarías ha enriquecido su ánimo joven; no eran expertos
en maternidad y paternidad, porque también para ellos era el primer embarazo, pero
eran expertos de la fe, expertos en Dios, expertos en esa esperanza que de él proviene:
esto es lo que necesita el mundo en todos los tiempos. María supo escuchar a aquellos
padres ancianos y llenos de asombro, hizo acopio de su sabiduría, y ésta fue de gran
valor para ella en su camino como mujer, esposa y madre.
Así, la Virgen María
nos muestra el camino: el camino del encuentro entre jóvenes y ancianos. El futuro
de un pueblo supone necesariamente este encuentro: los jóvenes dan la fuerza para
hacer avanzar al pueblo, y los ancianos robustecen esta fuerza con la memoria y la
sabiduría popular.