Carta del Papa a Monseñor Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, con motivo
de la beatificación de Álvaro del Portillo
(RV).- En Madrid, España, fue beatificado Monseñor Álvaro del Portillo, primer sucesor
de Josemaría Escrivá de Balaguer en la guía del Opus Dei, fallecido en 1994.
Presidió la ceremonia el Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las
Causas de los Santos. Mañana, Monseñor Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, celebrará
una Misa de agradecimiento.
Texto de la carta del Papa Francisco
Querido
hermano:
La beatificación del siervo de Dios Álvaro del Portillo, colaborador
fiel y primer sucesor de san Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei, representa
un momento de especial alegría para todos los fieles de esa Prelatura, así como también
para ti, que durante tanto tiempo fuiste testigo de su amor a Dios y a los demás,
de su fidelidad a la Iglesia y a su vocación. También yo deseo unirme a vuestra alegría
y dar gracias a Dios que embellece el rostro de la Iglesia con la santidad de sus
hijos.
Su beatificación tendrá lugar en Madrid, la ciudad en la que nació y
en la que transcurrió su infancia y juventud, con una existencia forjada en la sencillez
de la vida familiar, en la amistad y el servicio a los demás, como cuando iba a los
barrios para ayudar en la formación humana y cristiana de tantas personas necesitadas.
Y allí tuvo lugar sobre todo el acontecimiento que selló definitivamente el rumbo
de su vida: el encuentro con san Josemaría Escrivá, de quien aprendió a enamorarse
cada día más de Cristo. Sí, enamorarse de Cristo. Éste es el camino de santidad que
ha de recorrer todo cristiano: dejarse amar por el Señor, abrir el corazón a su amor
y permitir que sea él el que guíe nuestra vida.
Me gusta recordar la jaculatoria
que el siervo de Dios solía repetir con frecuencia, especialmente en las celebraciones
y aniversarios personales: «¡gracias, perdón, ayúdame más!». Son palabras que nos
acercan a la realidad de su vida interior y su trato con el Señor, y que pueden ayudarnos
también a nosotros a dar un nuevo impulso a nuestra propia vida cristiana.
En
primer lugar, gracias. Es la reacción inmediata y espontánea que siente el alma frente
a la bondad de Dios. No puede ser de otra manera. Él siempre nos precede. Por mucho
que nos esforcemos, su amor siempre llega antes, nos toca y acaricia primero, nos
primerea. Álvaro del Portillo era consciente de los muchos dones que Dios le había
concedido, y daba gracias a Dios por esa manifestación de amor paterno. Pero no se
quedó ahí; el reconocimiento del amor del Señor despertó en su corazón deseos de seguirlo
con mayor entrega y generosidad, y a vivir una vida de humilde servicio a los demás.
Especialmente destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que
sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor
con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye.
Nunca una queja o crítica, ni siquiera en momentos especialmente difíciles, sino que,
como había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón,
la comprensión, la caridad sincera.
Perdón. A menudo confesaba que se veía
delante de Dios con las manos vacías, incapaz de responder a tanta generosidad. Pero
la confesión de la pobreza humana no es fruto de la desesperanza, sino de un confiado
abandono en Dios que es Padre. Es abrirse a su misericordia, a su amor capaz de regenerar
nuestra vida. Un amor que no humilla, ni hunde en el abismo de la culpa, sino que
nos abraza, nos levanta de nuestra postración y nos hace caminar con más determinación
y alegría. El siervo de Dios Álvaro sabía de la necesidad que tenemos de la misericordia
divina y dedicó muchas energías personales para animar a las personas que trataba
a acercarse al sacramento de la confesión, sacramento de la alegría. Qué importante
es sentir la ternura del amor de Dios y descubrir que aún hay tiempo para amar.
Ayúdame
más. Sí, el Señor no nos abandona nunca, siempre está a nuestro lado, camina con nosotros
y cada día espera de nosotros un nuevo amor. Su gracia no nos faltará, y con su ayuda
podemos llevar su nombre a todo el mundo. En el corazón del nuevo beato latía el afán
de llevar la Buena Nueva a todos los corazones. Así recorrió muchos países fomentando
proyectos de evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios
y a los hermanos. Quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres.
La primera condición para anunciarles a Cristo es amarlos, porque Cristo ya los ama
antes. Hay que salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro de nuestros
hermanos. Allí nos espera el Señor. No podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos,
es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás.
¡Gracias,
perdón, ayúdame! En estas palabras se expresa la tensión de una existencia centrada
en Dios. De alguien que ha sido tocado por el Amor más grande y vive totalmente de
ese amor. De alguien que, aun experimentando sus flaquezas y límites humanos, confía
en la misericordia del Señor y quiere que todos los hombres, sus hermanos, la experimenten
también.
Querido hermano, el beato Álvaro del Portillo nos envía un mensaje
muy claro, nos dice que nos fiemos del Señor, que él es nuestro hermano, nuestro amigo
que nunca nos defrauda y que siempre está a nuestro lado. Nos anima a no tener miedo
de ir a contracorriente y de sufrir por anunciar el Evangelio. Nos enseña además que
en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro
de santidad.
Pido, por favor, a todos los fieles de la Prelatura, sacerdotes
y laicos, así como a todos los que participan en sus actividades, que recen por mí,
a la vez que les imparto la Bendición Apostólica. Que Jesús los bendiga y que la
Virgen Santa los cuide.