"Juventud de Asia, levántate", el Papa en la misa conclusiva de la VI Jornada de la
Juventud Asiática
(RV).- (actualizado con texto y con audio) “Ustedes son herederos de un gran testimonio,
de una preciosa confesión”, el Santo Padre en la misa conclusiva del viaje a Corea,
explica a los fieles el gran papel que tuvieron Paul Yun Ji-Chung y sus 123 compañeros
mártires. Animando a la juventud que le escucha, el obispo de Roma les pide que dejen
que “Cristo transforme su natural optimismo en esperanza cristiana”, “ éste es el
camino para vencer todo lo que amenaza la esperanza, la virtud y el amor en su vida,
en su cultura”. El Santo Padre explica que los jóvenes cristianos asiáticos son una
“parte necesaria y apreciada del presente de la Iglesia”, por eso les pide que continúen
unidos a Dios, a pesar de las tentaciones de la vida, como tuvieron los discípulos
en la lectura del Evangelio de este domingo. Finalmente el Papa invita, como dice
el Salmo responsorial, a “Cantar con alegría”, “esta misericordia es la que nos salva”,
dijo. (MZ-RV) Audio de la radio crónica de Radio Vaticano con la homilía del
PapaPalabras del Papa
durante la homilía:
Queridos amigos:
«La gloria de los mártires
brilla sobre ti». Estas palabras, que forman parte del lema de la VI Jornada de
la Juventud Asiática, nos dan consuelo y fortaleza. Jóvenes de Asia, ustedes son los
herederos de un gran testimonio, de una preciosa confesión de fe en Cristo. Él es
la luz del mundo, la luz de nuestras vidas. Los mártires de Corea, y tantos otros
incontables mártires de toda Asia, entregaron su cuerpo a sus perseguidores; a nosotros,
en cambio, nos han entregado un testimonio perenne de que la luz de la verdad de Cristo
disipa las tinieblas y el amor de Cristo triunfa glorioso. Con la certeza de su victoria
sobre la muerte y de nuestra participación en ella, podemos asumir el reto de ser
sus discípulos hoy, en nuestras circunstancias y en nuestro tiempo. Esas palabras
son una consolación. La otra parte del lema de la Jornada –«Juventud de Asia, despierta»–
nos habla de una tarea, de una responsabilidad. Meditemos brevemente cada una de estas
palabras. En primer lugar, “Asia”. Ustedes se han reunido aquí en Corea
llegados de todas las partes de Asia. Cada uno tiene un lugar y un contexto singular
en el que está llamado a reflejar el amor de Dios. El continente asiático, rico en
tradiciones filosóficas y religiosas, constituye un gran horizonte para su testimonio
de Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Como jóvenes que no sólo viven
en Asia, sino que son hijos e hijas de este gran continente, tienen
el derecho y el deber de participar plenamente en la vida de su sociedad. No tengan
miedo de llevar la sabiduría de la fe a todos los ámbitos de la vida social.
Además,
como jóvenes asiáticos, ustedes ven y aman desde dentro todo lo bello, noble y verdadero
que hay en sus culturas y tradiciones. Y, como cristianos, saben que el Evangelio
tiene la capacidad de purificar, elevar y perfeccionar ese patrimonio. Mediante la
presencia del Espíritu Santo que se les comunicó en el bautismo y con el que fueron
sellados en la confirmación, en unión con sus Pastores, pueden percibir los muchos
valores positivos de las diversas culturas asiáticas. Y son además capaces de discernir
lo que es incompatible con la fe católica, lo que es contrario a la vida de la gracia
en la que han sido injertados por el bautismo, y qué aspectos de la cultura contemporánea
son pecaminosos, corruptos y conducen a la muerte. Volviendo al lema de la Jornada,
pensemos ahora en la palabra “juventud”. Ustedes y sus amigos están llenos
del optimismo, de la energía y de la buena voluntad que caracteriza esta etapa de
su vida. Dejen que Cristo transforme su natural optimismo en esperanza cristiana,
su energía en virtud moral, su buena voluntad en auténtico amor, que sabe sacrificarse.
Éste es el camino que están llamados a emprender. Éste es el camino para vencer todo
lo que amenaza la esperanza, la virtud y el amor en su vida y en su cultura. Así su
juventud será un don para Jesús y para el mundo. Como jóvenes cristianos, ya sean
trabajadores o estudiantes, hayan elegido una carrera o hayan respondido a la llamada
al matrimonio, a la vida religiosa o al sacerdocio, no sólo forman parte del futuro
de la Iglesia: son también una parte necesaria y apreciada del presente de
la Iglesia. ¡Son el presente de la Iglesia! Permanezcan unidos unos a otros, cada
vez más cerca de Dios, y junto a sus obispos y sacerdotes dediquen estos años a edificar
una Iglesia más santa, más misionera y humilde, más santa, más misionera, y humilde,
una Iglesia que ama y adora a Dios, que intenta servir a los pobres, a los que están
solos, a los enfermos y a los marginados. En su vida cristiana tendrán muchas veces
la tentación, como los discípulos en la lectura del Evangelio de hoy, de apartar al
extranjero, al necesitado, al pobre y a quien tiene el corazón destrozado. Estas personas
siguen gritando como la mujer del Evangelio: «Señor, socórreme». La petición de la
mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo.
Es el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas, de muchos de nuestros
contemporáneos y de todos los mártires que aún hoy sufren persecución y muerte en
el nombre de Jesús: «Señor, socórreme». No respondamos como aquellos que rechazan
a las personas que piden, como si atender a los necesitados estuviese reñido con estar
cerca del Señor. No, tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le
pide ayuda con amor, misericordia y compasión.
Finalmente, la tercera parte
del lema de esta Jornada: «Despierta», «Despierta», esta palabra habla
de una responsabilidad que el Señor les confía. Es la obligación de estar vigilantes
para no dejar que las seducciones, las tentaciones y los pecados propios o los de
los otros emboten nuestra sensibilidad para la belleza de la santidad, para la alegría
del Evangelio. El Salmo responsorial de hoy nos invita repetidamente a “cantar
de alegría”. Nadie que esté dormido puede cantar, bailar, alegrarse. No es bueno cuando
veo a gente joven que duerme. ¡No! ¡Levántense, id, id! ¡Seguid adelante! Queridos
jóvenes, «nos bendice el Señor nuestro Dios» (Sal 67); de él hemos «obtenido
misericordia» (Rm 11,30). Con la certeza del amor de Dios, vayan al mundo,
de modo que «con ocasión de la misericordia obtenida por ustedes» (v. 31), sus amigos,
sus compañeros de trabajo, sus vecinos, sus conciudadanos y todas las personas de
este gran continente «alcancen misericordia» (v. 31). Esta misericordia es la que
nos salva. Queridos jóvenes de Asia, confío que, unidos a Cristo y a la Iglesia,
sigan este camino que sin duda les llenará de alegría. Y antes de acercarnos a la
mesa de la Eucaristía, dirijámonos a María nuestra Madre, que dio al mundo a Jesús.
Sí, María, Madre nuestra, queremos recibir a Jesús; con tu ternura maternal, ayúdanos
a llevarlo a los otros, a servirle con fidelidad y a glorificarlo en todo tiempo y
lugar, en este país y en toda Asia. Amén.