¿Están dispuestos a decir "sí" al Señor?, el Papa a los jóvenes coreanos
(RV).- (actualizado con audios y texto) Pancartas, aplausos, banderas, camisetas con
fotos del Papa, caricaturas simpáticas… El encuentro del Santo Padre con los jóvenes
este viernes fue un abrazo de emoción y gratitud. El Papa Francisco quiso reflexionar
con ellos sobre el lema del viaje “La gloria de los mártires brilla sobre mí” y les
recordó que el Señor quiere que su gloria brille en sus vidas y que a través de ellos
“ilumine la vida de este vasto Continente”. En su discurso, que se llevó a cabo en
el santuario de Solmoe donde el Papa fue recibido con numerosos cantos y aplausos,
el obispo de Roma advirtió a los jóvenes de que Cristo llama a la puerta de sus corazones
y les pide que “vayan por caminos llamando a las puertas de otros, invitando a acogerlo
en sus vidas”. Papa Francisco preguntó a los chicos si están dispuestos a decirle
que “sí”, al Señor, a lo que ellos respondieron con un fuerte “¡Sí!” y con muchos
aplausos. Les dio tres consejos para ser verdaderos testigos del Evangelio: confiar
en la fuerza que Cristo les da, permanecer cerca del Señor con la oración cotidiana
y finalmente que sus pensamientos y acciones estén guiados por la sabiduría de la
palabra de Cristo y el poder de su verdad. Antes del discurso del Papa, muchachos
de diferentes países asiáticos le formularon algunas preguntas y preocupaciones de
su día a día. Además, todos pudieron disfrutar de diferentes espectáculos de música
y baile que amenizaron la jornada. Audio de las palabras del Papa 00:45:18:67 (MZ-RV) Palabras del PapaQueridos jóvenes amigos:
«¡Qué bueno es que estemos aquí!» (Mt 17,4). Estas palabras fueron pronunciadas
por san Pedro en el Monte Tabor ante Jesús transfigurado en gloria. En verdad es bueno
para nosotros estar aquí juntos, en este Santuario de los mártires coreanos, en los
que la gloria del Señor se reveló en los albores de la Iglesia en este país. En esta
gran asamblea, que reúne a jóvenes cristianos de toda Asia, casi podemos sentir la
gloria de Jesús presente entre de nosotros, presente en su Iglesia, que abarca toda
lengua, pueblo y nación, presente con el poder de su Espíritu Santo, que hace nuevas,
jóvenes y vivas todas las cosas. Les doy las gracias por su calurosa bienvenida
y por el don de su entusiasmo, sus canciones alegres, sus testimonios de fe y las
bellas manifestaciones de sus variadas y ricas culturas. Gracias, especialmente, a
los tres jóvenes que han compartido sus esperanzas, inquietudes y preocupaciones;
las he escuchado con atención, y no las olvidaré. Agradezco a monseñor Lazzaro You
Heung-sik sus palabras de introducción y les saludo a todos ustedes desde lo más hondo
del corazón. Esta tarde quisiera reflexionar con ustedes sobre un aspecto del
lema de esta Sexta Jornada de la Juventud Asiática: «La gloria de los mártires brilla
sobre ti». Así como el Señor hizo brillar su gloria en el heroico testimonio de
los mártires, también quiere que resplandezca en sus vidas y que, a través de ustedes,
ilumine la vida de este vasto Continente. Hoy, Cristo llama a la puerta de sus corazones.
Él les llama a despertar, a estar bien despejados y atentos, a ver las cosas que realmente
importan en la vida. Y, más aún, les pide que vayan por los caminos y senderos de
este mundo, llamando a las puertas de los corazones de los otros, invitándolos a acogerlo
en sus vidas. Este gran encuentro de los jóvenes asiáticos nos permite también
ver algo de lo que la Iglesia misma está destinada a ser en el eterno designio de
Dios. Junto con los jóvenes de otros lugares, ustedes quieren construir un mundo en
el que todos vivan juntos en paz y amistad, superando barreras, reparando divisiones,
rechazando la violencia y los prejuicios. Y esto es precisamente lo que Dios quiere
de nosotros. La Iglesia pretende ser semilla de unidad para toda la familia humana.
En Cristo, todos los pueblos y naciones están llamados a una unidad que no destruye
la diversidad, sino que la reconoce, la reconcilia y la enriquece. Qué lejos queda
el espíritu del mundo de esta magnífica visión y de este designio. Cuán a menudo parece
que las semillas del bien y de la esperanza que intentamos sembrar quedan sofocadas
por la maleza del egoísmo, por la hostilidad y la injusticia, no sólo a nuestro alrededor,
sino también en nuestros propios corazones. Nos preocupa la creciente desigualdad
en nuestras sociedades entre ricos y pobres. Vemos signos de idolatría de la riqueza,
del poder y del placer, obtenidos a un precio altísimo para la vida de los hombres.
Cerca de nosotros, muchos de nuestros amigos y coetáneos, aun en medio de una gran
prosperidad material, sufren pobreza espiritual, soledad y callada desesperación.
Parece como si Dios hubiera sido eliminado de este mundo. Es como si un desierto espiritual
se estuviera propagando por todas partes. Afecta también a los jóvenes, robándoles
la esperanza y, en tantos casos, incluso la vida misma. No obstante, éste es el
mundo al que ustedes están llamados a ir y dar testimonio del Evangelio de la esperanza,
el Evangelio de Jesucristo, y la promesa de su Reino. En las parábolas, Jesús nos
enseña que el Reino entra humildemente en el mundo, y va creciendo silenciosa y constantemente
allí donde es bien recibido por corazones abiertos a su mensaje de esperanza y salvación.
El Evangelio nos enseña que el Espíritu de Jesús puede dar nueva vida a cada corazón
humano y puede transformar cualquier situación, incluso aquellas aparentemente sin
esperanza. Éste es el mensaje que ustedes están llamados a compartir con sus coetáneos:
en la escuela, en el mundo del trabajo, en su familia, en la universidad y en sus
comunidades. Puesto que Jesús resucitó de entre los muertos, sabemos que tiene «palabras
de vida eterna» (Jn 6,68), y que su palabra tiene el poder de tocar cada corazón,
de vencer el mal con el bien, y de cambiar y redimir al mundo. Queridos jóvenes,
en este tiempo el Señor cuenta con ustedes. Él entró en su corazón el día de su bautismo;
les dio su Espíritu en el día de su confirmación; y les fortalece constantemente mediante
su presencia en la Eucaristía, de modo que puedan ser sus testigos en el mundo. ¿Están
dispuestos a decirle «sí»? ¿Están listos? Permítanme que les ofrezca tres propuestas
para ser testigos auténticos y gozosos del Evangelio. Piensen en ellas y traten de
que sean su regla de vida. Primera, confíen en la fuerza que Cristo les da. Nunca
pierdan la esperanza en la verdad de su palabra y en el valor de su gracia. Ustedes
han sido bautizados en su paso de la muerte a la vida, y confirmados en la fuerza
del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones. Nunca duden de este poder espiritual.
Segunda, permanezcan cerca del Señor con la oración cotidiana. Adoren a Dios.
No se olviden de adorar al Señor. Que su Espíritu inflame su corazón y los ayude a
conocer y cumplir la voluntad del Padre. Reciban alegría y fuerza de la Eucaristía.
Que su corazón sea puro y bien orientado mediante la recepción regular del sacramento
de la penitencia. Quisiera que ustedes tomasen parte activa y generosa en la vida
de sus parroquias. Además, no descuiden el Evangelio del amor, de la caridad, tratando
de participar lo más posible en iniciativas de caridad. Finalmente, rodeados de
tantas luces contrarias al Evangelio, les pido que sus pensamientos, palabras y acciones,
estén guiados por la sabiduría de la palabra de Cristo y el poder de su verdad. Él
les enseñará a valorar bien todas las cosas, y a conocer día a día su proyecto de
vida para cada uno de ustedes. Si los llama a servirlo en el sacerdocio o la vida
religiosa, les dará la gracia de no tener miedo a decir «sí». Él les mostrará el camino
hacia la auténtica felicidad y a la verdadera plenitud. Ahora me debo ir. Espero
contar con su presencia en estos días y hablar de nuevo con ustedes cuando nos reunamos
el domingo para la Santa Misa. Mientras tanto, demos gracias al Señor por el don de
haber transcurrido juntos este tiempo, y pidámosle la fuerza para ser testigos fieles
y alegres de su amor en todos los rincones de Asia y en el mundo entero. Que María,
nuestra Madre, los cuide y mantenga siempre cerca de Jesús, su Hijo. Y que los acompañe
también desde el cielo san Juan Pablo II, iniciador de las Jornadas Mundiales de la
Juventud. Con gran afecto, les imparto a todos ustedes mi bendición.