Ignacio de Loyola peregrina para conocer a Jesús, amarlo más, seguirlo y servirlo
mejor en su Iglesia
REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
(RV).- (Con audio)
De Loyola a Roma para
las misiones del Papa, pasando por las huellas de Jesús en Tierra Santa y por París
para estudiar, el itinerario de “el peregrino”, se funda en dos intenciones fundamentales.
Una
primera intención es el “conocimiento interno del Señor que por mi se ha hecho hombre,
para que más lo ame y lo siga”. (Es la petición que más se repite en los Ejercicios
Espirituales).
Su peregrinación es el triunfo en su corazón de la alegría del
Evangelio -que experimenta con la contemplación de la vida de Cristo y de los santos-.
Una alegría que perdura, frente al entusiasmo que siente con sus proyectos y fantasías
mundanas y vanas, pero que le dura poco y lo deja triste y vacío.
El conocimiento
de Cristo y sus efectos, como la consolación, el gozo, la alegría interior que ocupan
ahora su alma -libre de todas las especias de pecado que antes tenía-, son la fuerza
nueva de Ignacio peregrino, su motor rectificado, su mente y su corazón “reseteados”.
Con esta intención se pone en camino a tras las huellas de Jesús y se hace
peregrino en Tierra Santa; los lugares que Jesús pisó, donde rezó, predicó, curó y
resucitó la fe, la esperanza, el amor en el corazón de los pobres y humildes.
La
segunda intención viene de aquello a que lo mueve el amor, la imitación, el seguimiento
de Cristo -porque Jesús pasó haciendo el bien-, es “ayudar a las almas”. Los sentimientos
de compasión, amor, ternura, del corazón del Señor lo mueven a discernir -con Jesús
y su Iglesia como centro- cuál es la mejor manera de ayudar a las almas.
Así,
la contemplación para conocer más a Jesús para amarlo más y servirlo mejor, con la
fuerza de la alegría del Evangelio, se transforma en la búsqueda y el encuentro del
querer mismo de Dios en la propia vida sobre el modo mejor de ayudar a las almas.
Y va quedando de lado la complacencia en el propio amor, querer e interés, que nos
deja vacíos y tristes.
Esta intención de Ignacio de Loyola de ayudar a las
almas del mejor modo posible, es el criterio para decidir primero estudiar en parís
y después, para unirse con los primeros compañeros en Roma, con los que funda la Compañía
de Jesús y se ofrece al Papa para ir donde él quiera enviarlos como Vicario de Cristo
y Sucesor de Pedro.