(RV).- (Con audio)
Sí, como en el encuentro
del hijo o la hija con la madre. Llegamos a la casa de la madre querida desde lejos
y después de algún tiempo. La casa toda de la madre es como una continuidad del regazo
materno. Pero la madre sabe que llegamos y, si puede, sale a recibirnos. El hijo se
emociona cuando la ve en la puerta de la casa. Ríe, llora, corre hacia ella que salió
a recibirlo. En muchos casos la madre sale a la puerta con el hijo pequeño en brazos.
Con un brazo sostiene al pequeño y con el otro ofrece el abrazo al hijo, a la hija
que regresa, o un vaso de agua o un pedazo de pan.
Pasa lo mismo cuando sale
la imagen que representa a la madre de Dios en su advocación del Carmen, en la Vía
de la conciliación que desemboca en el Santuario de San Pedro, en Roma, en la Parroquia
de Santa María en Traspontina, que atienden los padres carmelitas.
Llegamos
al caer de la tarde, algunos desde lejos. Y nos amontonamos frente a la puerta esperando
en silencio. Y cuando la imagen de la madre Dios sale, la gente se emociona, llora,
aplaude, reza. Ya con la mirada queremos entregarle el corazón.
Esta imagen
de la Virgen que vemos salir a la puerta, trae en su brazo izquierdo al niño Jesús
pequeño. En la otra mano ofrece el escapulario que es más que un abrazo, porque de
hecho el escapulario de los carmelitas es como un poncho que nos protege y libra de
la intemperie del mal, en el que muchas veces nosotros mismo nos metemos.
Pero
hoy no. Hoy rezamos. Nos ponemos en el regazo de la Virgen donde está Jesús, Hijo
de Dios. Como niños nos cubrimos con el manto de la Virgen y le pedimos: “Ruega por
nosotros pecadores”. Caminamos rezando y cantando por el barrio, el corazón enternecido
por la caricia suave de la Madre del alma.