(RV).- (Con audio)
San Benito, patrono
de Europa, es el monje autor de la regla que rige los monasterios donde los monjes
y las monjas rezan y trabajan.
Diseminados por el mundo, los monasterios difundieron
y difunden no solamente la fe, sino también el arte y la cultura. Por eso Europa les
debe tanto y a su vez “desa-reglada” -podríamos decir- agoniza, porque quiere cortarse
las propias raíces que le dieron vida y pueden seguirle dando.
Pero los monjes
y monjas del mundo continúan conectados con Dios por la oración incesante; intercediendo
ante Dios por la Iglesia y sobre todo por los que sufren más.
Y hablando de
los que sufren más, recordamos que san Benito es bien conocido para la piedad popular
gracias a la famosa medalla con la cruz de san Benito. La medalla es muy solicitada
y bendecida como protección contra el mal. Las inscripciones que contiene son un exorcismo:
“La Cruz Santa sea mi luz. No sea el demonio mi guía. ¡Apártate de mi Satanás! Nunca
me persuadirás con vanidades...”.
La medalla de san Benito nos recuerda que
hay una lucha espiritual personal invisible pero decisiva en la existencia humana.
De la cual sí podemos ver las consecuencias negativas, dolorosas en el sufrimiento
de tantos, que son víctimas del egoísmo mezquino, dañino, que el espíritu del mal
alimenta en nosotros, con sus seducciones y tentaciones.
El cristiano se defiende
con la cruz del amor hasta el extremo de Jesús; la cruz del amor a Dios y al prójimo;
la cruz de la adoración a Dios y de la caridad con el prójimo. Porque la cruz no es
signo de derrota. Es signo de la victoria del amor sobre el mal, el demonio y la muerte.
Vemos la cruz ahora en las llagas de Jesús resucitado.
¡Sí! Padre nuestro,
líbranos del mal. Que la cruz de Jesús nos libre de todos los males, para que ayudados
por tu misericordia vivamos libres de pecado y protegidos de toda perturbación.