“Que a nadie le falte la Palabra de Vida, que libera de todo miedo y exclavitud y
da confianza en la fidelidad de Dios”, el Papa en la misa por los patrones de Roma
(RV).- (audio) “Sígueme en el anuncio
del Evangelio a todos, especialmente a los últimos, para que a nadie le falte la Palabra
de vida, que libera de todo miedo y da confianza en la fidelidad de Dios. ¡Tú sígueme!”,
lo dijo el Papa Francisco durante su homilía celebrada en la Basílica Vaticana en
la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, durante la cual impuso el palio a 24 nuevos
arzobispos metropolitanos.
Homilía completa del Santo Padre: En
la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, patronos principales de Roma,
acogemos con gozo y reconocimiento a la Delegación enviada por el Patriarca Ecuménico,
el venerado y querido hermano Bartolomé, encabezada por el metropolita Ioannis. Roguemos
al Señor para que también esta visita refuerce nuestros lazos de fraternidad en el
camino hacia la plena comunión, que tanto deseamos, entre las dos Iglesias hermanas.
«El Señor ha enviado su ángel para librarme de las manos de Herodes» (Hch
12,11). En los comienzos del servicio de Pedro en la comunidad cristiana de Jerusalén,
había aún un gran temor a causa de la persecución de Herodes contra algunos miembros
de la Iglesia. Habían matado a Santiago, y ahora encarcelado a Pedro, para complacer
a la gente. Mientras estaba en la cárcel y encadenado, oye la voz del ángel que le
dice: «Date prisa, levántate... Ponte el cinturón y las sandalias... Envuélvete en
el manto y sígueme» (Hch 12,7-8). Las cadenas cayeron y la puerta de la prisión se
abrió sola. Pedro se da cuenta de que el Señor lo «ha librado de las manos de Herodes»;
se da cuenta de que Dios lo ha liberado del temor y de las cadenas. Sí, el Señor nos
libera de todo miedo y de todas las cadenas, de manera que podamos ser verdaderamente
libres. La celebración litúrgica expresa bien esta realidad con las palabras del estribillo
del Salmo responsorial: «El Señor me libró de todos mis temores». Aquí
está el problema para nosotros, el del miedo y de los refugios pastorales. Nosotros
-me pregunto-, queridos hermanos obispos, ¿tenemos miedo?, ¿de qué tenemos miedo?
Y si lo tenemos, ¿qué refugios buscamos en nuestra vida pastoral para estar seguros?
¿Buscamos tal vez el apoyo de los que tienen poder en este mundo? ¿O nos dejamos engañar
por el orgullo que busca gratificaciones y reconocimientos, y allí nos parece estar
a salvo? Queridos hermanos obispos ¿Dónde ponemos nuestra seguridad? El
testimonio del apóstol Pedro nos recuerda que nuestro verdadero refugio es la confianza
en Dios: ella disipa todo temor y nos hace libres de toda esclavitud y de toda tentación
mundana. Hoy, el Obispo de Roma y los demás obispos, especialmente los Metropolitanos
que han recibido el palio, nos sentimos interpelados por el ejemplo de san Pedro a
verificar nuestra confianza en el Señor. Pedro recobró su confianza cuando
Jesús le dijo por tres veces: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,15.16.17). Y, al mismo
tiempo él, Simón, confesó por tres veces su amor por Jesús, reparando así su triple
negación durante la pasión. Pedro siente todavía dentro de sí el resquemor de la herida
de aquella decepción causada a su Señor en la noche de la traición. Ahora que él pregunta:
«¿Me amas?», Pedro no confía en sí mismo y en sus propias fuerzas, sino en Jesús y
en su divina misericordia: «Señor, tú conoces todo; tú sabes que te quiero» (Jn 21,17).
Y aquí desaparece el miedo, la inseguridad, la pusilanimidad. Pedro ha
experimentado que la fidelidad de Dios es más grande que nuestras infidelidades y
más fuerte que nuestras negaciones. Se da cuenta de que la fidelidad del Señor aparta
nuestros temores y supera toda imaginación humana. También hoy, a nosotros, Jesús
nos pregunta: «¿Me amas?». Lo hace precisamente porque conoce nuestros miedos y fatigas.
Pedro nos muestra el camino: fiarse de él, que «sabe todo» de nosotros, no confiando
en nuestra capacidad de serle fieles a él, sino en su fidelidad inquebrantable. Jesús
nunca nos abandona, porque no puede negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13).Es fiel. La
fidelidad que Dios nos confirma incesantemente a nosotros, los Pastores, es la fuente
de nuestra confianza y nuestra paz, más allá de nuestros méritos. La fidelidad del
Señor para con nosotros mantiene encendido nuestro deseo de servirle y de servir a
los hermanos en la caridad. El amor de Jesús debe ser suficiente para Pedro.
Él no debe ceder a la tentación de la curiosidad, de la envidia, como cuando, al ver
a Juan cerca de allí, preguntó a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?» (Jn 21,21). Pero Jesús,
a estas tentaciones, le respondió: «¿A ti qué? Tú, sígueme» (Jn 21,22). Esta experiencia
de Pedro es un mensaje importante también para nosotros, queridos hermanos arzobispos.
El Señor repite hoy, a mí, a ustedes y a todos los Pastores: «Sígueme». No pierdas
tiempo en preguntas o chismes inútiles; no te entretengas en lo secundario, sino mira
a lo esencial y sígueme. Sígueme a pesar de las dificultades. Sígueme en la predicación
del Evangelio. Sígueme en el testimonio de una vida que corresponda al don de la gracia
del Bautismo y la Ordenación. Sígueme en el hablar de mí a aquellos con los que vives,
día tras día, en el esfuerzo del trabajo, del diálogo y de la amistad. Sígueme en
el anuncio del Evangelio a todos, especialmente a los últimos, para que a nadie le
falte la Palabra de vida, que libera de todo miedo y da confianza en la fidelidad
de Dios. ¡Tú sígueme!