Cristo nos toma de la mano y nos asegura que ni siquiera la muerte podrá separarnos
de Él, el Papa durante la audiencia general sobre el sacramento de la Unción de los
enfermos
(RV).- (Con audio y video) La Plaza de San Pedro volvió a llenarse de miles de fieles
y peregrinos para la audiencia general con el Papa. Francisco dedicó su catequesis
de este miércoles al “sacramento de la compasión de Dios con el sufrimiento del hombre”:
la Unción de los enfermos. El Obispo de Roma nos recordó que “Jesús enseñó a sus discípulos
a tener su misma predilección por los enfermos y necesitados, y les confió la tarea
de atenderlos en su nombre por medio de este sacramento”. “Qué alegría da saber que
en los momentos de dolor no estamos solos: el sacerdote y la comunidad cristiana,
reunida junto al que sufre, alimentan su fe y su esperanza”, constató el Santo Padre,
agregando que a esto se une el consuelo que otorga la presencia de Cristo, “que nos
toma de la mano y nos recuerda que le pertenecemos, y que nada, ni nadie –ningún mal,
ni siquiera la muerte- podrán separarnos de Él.” (RC-RV) Resumen de su catequesis
y saludo del Papa en nuestro idioma En
la catequesis de hoy les hablaré de la Unción de los enfermos, sacramento de la compasión
de Dios con el sufrimiento del hombre. La parábola del “buen samaritano” expresa
el misterio que se celebra en este sacramento: Jesús se acerca a quien sufre y lo
conforta con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Luego, lo lleva a la
posada, que representa a la Iglesia, a la que Cristo confía a cuantos sufren en su
cuerpo o en su espíritu, para experimentar su misericordia y su salvación. Jesús enseñó
a sus discípulos a tener su misma predilección por los enfermos y necesitados, y les
confió la tarea de atenderlos en su nombre por medio de este sacramento. Aunque la
muerte es un misterio que nos supera, la Unción de los enfermos nos ayuda a ampliar
la mirada y a radicarla en el misterio más grande del amor de Dios. Qué alegría da
saber que en los momentos de dolor no estamos solos: el sacerdote y la comunidad cristiana,
reunida junto al que sufre y su familia, alimentan su fe y su esperanza y lo sostienen
con la plegaria y el afecto fraterno. A eso se une el consuelo que otorga la presencia
de Cristo, que nos toma de la mano y nos recuerda que le pertenecemos, y que nada,
ni nadie –ningún mal, ni siquiera la muerte- podrán separarnos de Él. Saludo a los
peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de las Diócesis
de Mérida-Badajoz, Plasencia y Córdoba, así como a los Paracaidistas del Ejército
de Tierra, de Madrid, y los demás fieles provenientes de España, Nicaragua, México,
Argentina y otros países latinoamericanos. Invito a todos a valorar la paz y el ánimo
que Cristo nos comunica en el sacramento de la Unción de los enfermos para sobrellevar
cristianamente los sufrimientos. Muchas gracias.
Texto completo de la
catequesis del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
las previsiones decían “lluvia” ¡y ustedes han venido lo mismo! ¡Tienen coraje!, ¿eh?
¡Felicitaciones! Hoy quisiera hablarles del Sacramento de la Unción de los enfermos,
que nos permite tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre. En el pasado
era llamado “extrema unción”, porque se entendía como consuelo espiritual en la inminencia
de la muerte. Hablar en cambio de “Unción de los enfermos” nos ayuda a ampliar la
mirada hacia la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de
la misericordia de Dios.
Hay un ícono bíblico que expresa en toda su profundidad
el misterio que se trasluce en la Unción de los enfermos: es la parábola del buen
samaritano, en el evangelio de Lucas (10,30-35). Cada vez que celebramos este Sacramento,
el Señor Jesús, en la persona del sacerdote, se acerca a la persona que sufre y está
gravemente enfermo, o anciano. La parábola dice que el buen samaritano cuida del hombre
sufriente derramando sobre sus heridas aceite y vino. El aceite nos hace pensar en
aquel que es bendecido por el Obispo cada año, en la Misa Crismal del Jueves Santo,
justamente en vista de la Unción de los enfermos. El vino, en cambio, es signo del
amor y de la gracia de Cristo que brotan del don de su vida por nosotros y que se
expresan en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia. Por último, la persona
que sufre es confiada al dueño del albergue para que pueda continuar cuidando de ella,
sin considerar los gastos. Entonces, ¿quién es este dueño del albergue? Es la Iglesia,
la comunidad cristiana, somos nosotros, a los cuales cada día el Señor Jesús nos confía
a aquellos que están afligidos, en el cuerpo y en el espíritu, para que podamos continuar
derramando sobre ellos, sin medida, toda su misericordia y su salvación.
Este
mandato está confirmado de modo explícito y preciso en la epístola de Santiago – hemos
escuchado - donde se recomienda: “Quién está enfermo, que llame a los presbíteros
de la Iglesia para que ellos oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor.
Y la oración que nace de la fe salvará al enfermo, el Señor lo aliviará y, si tuviera
pecados, le serán perdonados” (5,14-15). Se trata por lo tanto de una praxis que estaba
en uso ya en tiempos de los Apóstoles. Jesús, de hecho, ha enseñado a sus discípulos
a tener su misma predilección por lo enfermos y por los sufrientes y les ha transmitido
la capacidad y el deber de continuar derramando, en su nombre y según su corazón,
alivio y paz, a través de la gracia especial de este Sacramento. Pero esto no nos
debe hacer caer en la búsqueda obsesiva del milagro o en la presunción de poder obtener
siempre y de todos modos la curación. Pero, es la seguridad de la cercanía de
Jesús al enfermo, también al anciano, porque todo anciano, toda persona de más de
65 años puede recibir este Sacramento: es Jesús que se acerca. Pero cuando hay un
enfermo se piensa: “Llamemos al cura, al sacerdote para que venga. No, no, porque
trae mala suerte, entonces no, no lo llamamos” o “después se asustará el enfermo”.
¿Por qué? Porque existe un poco la idea que, cuando hay un enfermo y viene el sacerdote,
después de él llega la pompa fúnebre: y eso no es verdad, ¡eh! El sacerdote viene
para ayudar al enfermo o al anciano: por esto es tan importante la visita del sacerdote
a los enfermos. Llamarlo: “hay un enfermo, venga, dele la unción, bendígalo”. Porque
es Jesús que llega para aliviarlo, para darle fuerza, para darle esperanza, para ayudarlo.
También para perdonarle los pecados. ¡Y esto es hermoso! Y no piensen que esto sea
un tabú, porque siempre es hermoso saber que en el momento del dolor y de la enfermedad
nosotros no estamos solos: el sacerdote y aquellos que están presentes durante la
Unción de los enfermos representan, en efecto, a toda la comunidad cristiana que,
como un único cuerpo, con Jesús, se estrecha entorno a quien sufre y a los familiares,
alimentando en ellos la fe y la esperanza y apoyándolos con la oración y el calor
fraterno. Pero el consuelo más grande deriva del hecho que, el que se hace presente
en el Sacramento es el mismo Señor Jesús, que nos toma de la mano, nos acaricia como
hacía con los enfermos, Él, y nos recuerda que ya le pertenecemos y que nada – ni
siquiera el mal y la muerte – podrá nunca separarnos de Él. Pero tengamos esta costumbre
de llamar al sacerdote, porque a nuestros enfermos – no digo los enfermos de gripe,
de tres, cuatro días, sino cuando es una enfermedad seria – y también a nuestros ancianos,
venga y les dé este Sacramento, este consuelo, esta fuerza de Jesús para seguir adelante.
¡Hagámoslo! Gracias.
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual)
Entre
sus saludos a los numerosísimos grupos de peregrinos, el Papa se dirigió también a
los participantes en un congreso dedicado al Día Mundial de las enfermedades raras,
que se celebra el 28 de febrero. Con su cordial bienvenida a los enfermos y autoridades
académicas, el Santo Padre expresó su profundo anhelo de que «los pacientes y sus
familiares sean sostenidos adecuadamente en las dificultades de su camino, tanto
en ámbito médico como legislativo». Luego, como es tradicional saludó a los jóvenes,
a los enfermos y a los recién casados. Recordando que el 27 de febrero se celebra
la memoria de san Gabriel de la Dolorosa, el Obispo de Roma deseó que el ejemplo de
este santo ayude a los queridos jóvenes a ser discípulos entusiasmados de Jesús. Que
aliente a los queridos enfermos a ofrecer sus sufrimientos en unión con los de Cristo
y mueva a los queridos recién casados a hacer que el Evangelio sea la regla fundamental
de su vida conyugal.