Una Iglesia ciudadana del mundo digital, que sea casa de todos, en diálogo con la
humanidad y misionera de Cristo, alienta el Papa
(RV).-(con audio) «La parábola del
buen samaritano es también una parábola del comunicador». «El testimonio cristiano,
gracias a la red puede alcanzar las periferias existenciales», «no una red de cables,
sino de personas humanas», «me gusta definir el poder de la comunicación como proximidad»,
escribe el Obispo de Roma en su mensaje para la 48 Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales: «La comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro», publicado
este jueves. «Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado,
versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación
sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad
no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura,
a quien encontramos herido en el camino», desea el Santo Padre y luego exhorta a no
tener miedo de hacernos ciudadanos del mundo digital. «El interés y la presencia de
la Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre
de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe
ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución de los medios de comunicación
y de la información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías
renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de Dios».
Tras
hacer hincapié en los grandes valores inspirados desde el cristianismo, como la visión
del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera
religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre
otros, el Papa Bergoglio evoca al buen samaritano, que no sólo se acerca, sino que
se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús nos
indica que «comunicar significa, por tanto tomar conciencia de que somos humanos,
hijos de Dios».
Cuando la comunicación induce al consumo o manipula a las
personas, «nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre
apaleado por los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola.
El levita y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es
mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes de la purificación
ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto
de hacernos ignorar a nuestro prójimo real».
No basta pasar por las «calles»
digitales, estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero
encuentro, para no quedarnos encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser
amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza,
la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación no
puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, señala el Santo Padre, añadiendo
que «la neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica
poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso
personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso
el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales».
Una
vez más, también en este mensaje Francisco reitera que entre una Iglesia accidentada
por salir a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiere sin duda
la primera. Entre las calles del mundo «también se encuentran las digitales, pobladas
de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza.
Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines
de la tierra» (Hch. 1,8). Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo
en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida
en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo
y salir al encuentro de todos».
«La comunicación contribuye a dar forma a
la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales son hoy uno de los
lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del
encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia
que logre llevar calor y encender los corazones», afirma el Papa, para luego hacer
hincapié en que «no se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos,
sino con la voluntad de donarse a los demás «a través de la disponibilidad para responder
pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de
la verdad y del sentido de la existencia humana» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII
Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2013).
Con el episodio de los
discípulos de Emaús, Francisco destaca que «es necesario saber entrar en diálogo con
los hombres y las mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas,
y poder ofrecerles el Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y
resucitado para liberarnos del pecado y de la muerte».
(CdM – RV)
Texto
completo del Mensaje del Papa:
48ª JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES
SOCIALES
La comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro
1
de junio 2014
Mensaje del Santo Padre
Queridos hermanos
y hermanas:
Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más
«pequeño»; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de
los otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación
nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes. Sin
embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global
vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los
más pobres. A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente
que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas. Nos hemos acostumbrado
tanto a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión,
marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas,
políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.
En este
mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los
unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana
que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para
todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos.
Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar
y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante
formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura
del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir
de los otros. Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente
hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo
inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro
y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios.
Sin
embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la que se suceden
las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite
una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas
puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera
hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso
a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicación puede
ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital
puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado.
Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos
motivos-, corren el riesgo de quedar excluidos.
Estos límites son reales,
pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan
que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces,
¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo
digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma.
Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser
pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros: la persona se expresa
con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente
acogida. Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos
a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como
se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también sabremos apreciar
mejor los grandes valores inspirados desde el cristianismo, por ejemplo, la visión
del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera
religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre
otros.
Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de
una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa
encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestros límites
y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen
en la que un escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién
es mi prójimo?» (Lc. 10,29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos
de proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la «proximidad» en el
uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología
digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también
una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano.
El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto
que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer
al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar
significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta
definir este poder de la comunicación como «proximidad».
Cuando la comunicación
tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas,
nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por
los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita
y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse.
En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes de la purificación ritual.
Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto de hacernos
ignorar a nuestro prójimo real.
No basta pasar por las «calles» digitales,
es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada
de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos.
Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas
no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los
medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino
que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico
en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los
medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo
puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma
de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano,
gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.
Lo repito
a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma
de autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el
lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas
calles también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida:
hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las
redes, el mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch. 1,8).
Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital,
tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre,
como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro
de todos. Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa
de todos. ¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye
a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales son hoy
uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la
belleza del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación sirve
una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones.
No se ofrece
un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de
donarse a los demás «a través de la disponibilidad para responder pacientemente y
con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del
sentido de la existencia humana» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial
de las Comunicaciones Sociales, 2013).
Pensemos en el episodio de los
discípulos de Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres
de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles
el Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos
del pecado y de la muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida,
sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene
algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa
renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas
y absolutas.
Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas
del hombre apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que
nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría.
Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos,
con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino. No tengan miedo de
hacerse ciudadanos del mundo digital. El interés y la presencia de la Iglesia en el
mundo de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo
al encuentro con Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino
con todos. En este contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la información
constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías renovadas y una imaginación
nueva para transmitir a los demás la belleza de Dios.
Vaticano, 24
de enero de 2014, memoria de san Francisco de Sales