El hombre ve la apariencia, pero el Señor el corazón
(RV).- (Audio y video) Custodiemos nuestra
pequeñez para dialogar con la grandeza del Señor. Lo afirmó el Papa Francisco en la
Misa matutina en la Casa de Santa Marta. El Pontífice subrayó que el Señor tiene con
nosotros una relación personal, jamás un diálogo masivo. El Señor, prosiguió, elige
siempre a los pequeños, quien tiene menos poder, es porque mira a nuestra humildad.
El Señor y los pequeños. El Santo Padre centró su homilía en este binomio
subrayando que “la relación del Señor con su pueblo es una relación personal” “siempre,
de persona a persona”. Él, agregó, “es el Señor y el pueblo tiene un nombre”, “no
es un diálogo entre el poderoso y la masa”. Es un diálogo “personal”:
“Y en
un pueblo, cada uno tiene su lugar. El Señor jamás habla a la gente así, a la masa,
jamás. Habla siempre personalmente, con los nombres. Y elige personalmente. El relato
de la creación es una figura que hace ver esto: es el mismo Señor que con sus manos
artesanalmente hace al hombre y le da un nombre: 'Tú te llamas Adán'. Y así comienza
aquella relación entre Dios y la persona. Y hay otra cosa, una relación entre Dios
y nosotros pequeños: Dios, es grande, y nosotros pequeños. Cuando debe elegir a las
personas, también a su pueblo, Dios siempre elige a los pequeños”.
Dios, prosiguió,
elige a su pueblo porque es “el más pequeño”, tiene “menos poder” que los otros pueblos.
Precisamente hay un “diálogo entre Dios y la pequeñez humana”. También la Virgen dirá:
“El Señor ha mirado mi humildad”. El Señor “ha elegido a los pequeños”. En la primera
Lectura de hoy, observó, “se ve claramente esta actitud del Señor”. El profeta Samuel
está ante el más grande de los hijos de Jesé y piensa que sea “su consagrado, porque
era un hombre alto, grande”. Pero el Señor, observó el Pontífice, le dice “No te fijes
en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado, porque
aquello que ve el hombre no cuenta”. De hecho, recalcó el Pontífice, “el hombre ve
la apariencia, pero el Señor ve el corazón. El Señor elige según sus criterios”. Y
elige “a los débiles y a los dóciles, para confundir a los poderosos de la tierra”.
Al final, por lo tanto, “el Señor escoge a David, el más pequeño”, que “no contaba
para su padre”. “No estaba en casa”, estaba “cuidando las ovejas”. El mismo David
también “fue elegido”:
“Todos nosotros con el Bautismo hemos sido elegidos
por el Señor. Todos somos elegidos. Nos ha elegido uno a uno. Nos ha dado un nombre
y nos mira. Hay un diálogo, porque el Señor ama así. También David luego se volvió
rey y se equivocó. Quizás cometió tantas equivocaciones, pero la Biblia nos cuenta
dos errores fuertes, dos errores de aquellos grandes. ¿Qué hizo David? Se humilló.
Volvió a su pequeñez y dijo: ‘Soy un pecador’. Y pidió perdón e hizo penitencia”.
Y después del segundo pecado, prosiguió, David dijo al Señor: “Castígame,
no al pueblo. El pueblo no tiene la culpa, yo soy el culpable”. David, reflexionó
el Obispo de Roma, “custodió su pequeñez, con el arrepentimiento, con la oración,
con el llanto”. “Pensando en estas cosas, en este diálogo entre el Señor y nuestra
pequeñez”, agregó, “me pregunto dónde está la fidelidad cristiana”:
“La fidelidad
cristiana, nuestra fidelidad, es simplemente custodiar nuestra pequeñez, para que
pueda dialogar con el Señor. Custodiar nuestra pequeñez. Por esto la humildad, la
docilidad, son muy importantes en la vida del cristiano, porque es una custodia de
la pequeñez, a la cual el Señor gusta mirar. Y siempre existirá el diálogo entre nuestra
pequeñez y la grandeza del Señor. Que el Señor nos dé, por intercesión de San David
- también por la intercesión de la Virgen que cantaba alegre a Dios, porque había
mirado su humildad - el Señor nos de la gracia de custodiar ante Él nuestra pequeñez”.
(RC-RV)