Video Mensaje del Papa por la peregrinación y encuentro “Nuestra Señora de Guadalupe,
Estrella de la Nueva Evangelización en el Continente Americano”
(RV).- (Con audio) Su Santidad Francisco
envió un video Mensaje con motivo de la peregrinación y encuentro “Nuestra Señora
de Guadalupe, Estrella de la Nueva Evangelización en el Continente Americano”, organizado
por el Año de la fe y convocado por la Comisión Pontificia para América Latina, la
Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, los Caballeros de Colón y el Instituto Superior
de Estudios Guadalupanos en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, México, del
16 al 19 de noviembre.
Este video Mensaje se transmitió a las 17.00, hora de
Roma.
Texto del video Mensaje del Santo Padre:
Queridos hermanos
y hermanas, los saludo muy cordialmente, a ustedes que participan en esta peregrinación
encuentro, organizada por la Pontificia Comisión para América Latina, al amparo de
Nuestra Señora de Guadalupe. Además de transmitirles mi afecto, mi cercanía y las
ganas que tengo de estar con ustedes, quiero compartir brevemente algunas reflexiones,
como ayuda a estos días de encuentro.
Aparecida propone poner a la Iglesia
en estado permanente de misión, realizar actos de índole misionera sí, pero en el
contexto más amplio de una misionariedad generalizada: que toda la actividad habitual
de las iglesias particulares tengan un carácter misionero y esto en la certeza
de que la salida misionera, más que una actividad entre otras es paradigma, es decir,
es el paradigma de toda la acción pastoral. La intimidad de la Iglesia con Jesús es
una intimidad itinerante, supone un salir de sí, un caminar y sembrar siempre de nuevo,
siempre más allá. Vayamos a otra parte a predicar a las aldeas vecinas porque para
eso he venido, decía el Señor. Es vital para la Iglesia no encerrarse, no sentirse
ya satisfecha y segura con lo que ha logrado. Si sucediera esto, la Iglesia se enferma,
se enferma de abundancia imaginaria, de abundancia superflua, se empacha y se debilita.
Hay que salir de la propia comunidad y atreverse a llegar a las periferias
existenciales que necesitan sentir la cercanía de Dios. Él no abandona a nadie y siempre
muestra su ternura y su misericordia inagotables, pues esto es lo que hay que llevar
a toda la gente.
Un segundo punto: el objetivo de toda actividad pastoral siempre
está orientado por el impulso misionero de llegar a todos, sin excluir a nadie y teniendo
muy en cuenta la circunstancias de cada uno. Se ha de llegar a todos y compartir la
alegría de haberse encontrado con Cristo. No se trata de ir como quién impone una
nueva obligación, como quién se queda en el reproche o la queja ante lo que se considera
imperfecto o insuficiente. La tarea evangelizadora supone mucha paciencia, mucha paciencia,
cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. Y también sabe presentar el mensaje
cristiano de manera serena y gradual, con olor a Evangelio como lo hacía el Señor.
Sabe privilegiar en primer lugar lo más esencial y más necesario, es decir, la belleza
del amor de Dios que nos habla en Cristo muerto y resucitado. Por otra parte, debe
esforzarse por ser creativa en sus métodos, no podemos quedarnos encerrados en los
tópicos del “siempre se hizo así”.
Tercero: quién conduce la pastoral en la
Iglesia particular es el Obispo y lo hace como el pastor que conoce por nombre a sus
ovejas, las guía con cercanía, con ternura, con paciencia, manifestando efectivamente
la maternidad de la Iglesia y la misericordia de Dios. La actitud del verdadero pastor
no es la del príncipe o la del mero funcionario atento principalmente a lo disciplinar,
a lo reglamentario, a los mecanismos organizativos. Esto lleva siempre a una pastoral
distante de la gente, incapaz de favorecer y lograr el encuentro con Jesucristo y
el encuentro con los hermanos. El pueblo de Dios que se le confía necesita que el
Obispo vele por Él cuidando sobre todo aquello que lo mantiene unido y promueve la
esperanza en los corazones. Necesita que el Obispo sepa discernir, sin acallarlo,
el soplo del Espíritu Santo que viene por donde quiere, para el bien de la Iglesia
y su misión en el mundo.
Cuarto: estas actitudes del Obispo, han de calar
muy hondo también en los demás agentes de pastoral, muy especialmente en los presbíteros.
La tentación del clericalismo, que tanto daño hace a la Iglesia en América Latina,
es un obstáculo para que se desarrolle la madurez y la responsabilidad cristiana de
buena parte del laicado. El clericalismo entraña una postura auto-referencial, una
postura de grupo, que empobrece la proyección hacia el encuentro del Señor, que nos
hace discípulos y hacia el encuentro con los hombres que esperan el anuncio. Por ello
creo que es importante, urge, formar ministros capaces de projimidad, de encuentro,
que sepan enardecer el corazón de la gente, caminar con ellos, entrar en diálogo con
sus ilusiones y sus temores. Este trabajo, los Obispos no lo pueden delegar. Han
de asumirlo como algo fundamental para la vida de la Iglesia sin escatimar esfuerzos,
atenciones y acompañamiento. Además, una formación de calidad requiere estructuras
sólidas y duraderas, que preparen para afrontar los retos de nuestros días y poder
llevar la luz del Evangelio, a las diversas situaciones que encontrarán los presbíteros,
los consagrados, las consagradas y los laicos en su acción pastoral.
La cultura
de hoy exige una formación seria, bien organizada, y yo me pregunto si tenemos la
autocrítica suficiente como para evaluar los resultados de muy pequeños seminarios
que carecen del personal formativo suficiente.
Quiero dedicar unas palabras
a la vida consagrada. La vida consagrada en la Iglesia es un fermento. Un fermento
de lo que quiere el Señor, un fermento que hace crecer la Iglesia hacia la última
manifestación de Jesucristo. Les pido a los consagrados y consagradas, que sean fieles
al carisma recibido, que en su servicio a la Santa Madre Iglesia jerárquica no desdibujen
esa gracia que el Espíritu Santo dio a sus fundadores y que la deben transmitir en
toda su integridad. Y esa es la gran profecía de los consagrados, ese carisma dado
para el bien de la Iglesia.
Sigan adelante en esta fidelidad creativa al carisma
recibido para servir a la Iglesia.
Queridos hermanos y hermanas, muchas gracias
por lo que hacen por esta misión continental. Recuerden que han recibido el Bautismo
y que los ha convertido en discípulos del Señor. Pero todo discípulo a la vez es misionero.
Benedicto XVI decía que son las dos caras de una misma medalla. Les ruego, como padre
y hermano en Jesucristo, que se hagan cargo de la fe que recibieron en el Bautismo.
Y como lo hicieron la mamá y la abuela de Timoteo, transmitan la fe a sus hijos y
nietos, y no sólo a ellos. Este tesoro de la fe no es para uso personal. Es para darlo,
para transmitirlo, y así va a crecer. Hagan conocer el nombre de Jesús. Y si hacen
esto, no se extrañen de que en pleno invierno florezcan rosas de Castilla. Porque
saben, tanto Jesús como nosotros, tenemos la misma Madre.
(Transcripción
jesuita Guillermo Ortiz – Radio Vaticana).