Una imagen de la Virgen de Luján acompaña al Papa Francisco
(RV).- En su audiencia general,
en la Plaza de San Pedro - con la participación también de este miércoles, de más
de 70 mil fieles de todo el mundo, con una gran alegría y devoción – el Papa Francisco
centró su catequesis en el Espíritu Santo, fuente inagotable de la vida divina en
nosotros que nos dice: «Dios te ama: ¡nos dice esto! Dios Te ama, te quiere». E invitó
a amar verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús y a dejarnos guiar por el
Espíritu Santo que nos repite sin cesar que Dios es amor, que Él nos espera siempre,
que Él es el Padre y nos ama como verdadero papá. Y en este día, en que en Argentina
se celebra a Nuestra Señora de Luján, cerca del Papa Francisco había una imagen de
la Virgen conocida y amada con esta advocación. Antes de empezar la audiencia general
el Santo Padre se detuvo un momento en oración ante ella ofreciéndole también un buqué
de flores blancas. Antes de resumir su catequesis y de saludar en nuestro idioma,
el Pontífice recordó de forma especial a la Virgen de Luján, Celestial Patrona de
Argentina, en cuyas manos encomendó todas las alegrías y preocupaciones de los argentinos,
pidiendo un aplauso bien fuerte para la Santísima Virgen:
PALABRAS DEL PAPA
EN ESPAÑOL: Queridos hermanos y hermanas: El tiempo pascual es por excelencia
el tiempo del Espíritu Santo que culmina con la Solemnidad de Pentecostés. En el Credo
profesamos la fe en el Espíritu Santo, que es Dios, «Señor y dador de vida». Él es
la fuente inagotable de la vida divina en nosotros. Es «el agua viva» que Jesús prometió
a la Samaritana para saciar para siempre la sed, para colmar los anhelos más profundos
y más altos del corazón humano. Porque Jesús ha «venido para que tengan vida y la
tengan abundante» (Jn 10,10). El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo,
Cristo lo ha derramado en nuestro corazón, para hacernos hijos de Dios y para que
nuestra vida sea guiada, animada y alimentada por él. Esto es precisamente lo que
entendemos al decir que el cristiano es un hombre espiritual: una persona que piensa
y actúa siguiendo la inspiración del Espíritu Santo. Así, la existencia del cristiano,
dice san Pablo, es animada por el Espíritu Santo y rica de sus frutos, que son: «Amor,
alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de
sí» (Ga 5,22-23). El don precioso del Espíritu Santo es, pues, la vida misma de Dios,
en cuanto verdaderos hijos suyos por adopción.
******** Saludo cordialmente
a los peregrinos de lengua española, en especial a la Delegación del Estado de México,
así como a los venidos de España, Colombia, México, Venezuela y otros países latinoamericanos.
En este día, en el que se celebra Nuestra Señora de Luján, Celestial Patrona de Argentina
…. Un aplauso a la Virgen de Luján …. Mas fuerte, non sento… mas fuerte…. En este
día de la Virgen de Luján deseo hacer llegar a todos los hijos de esa querida tierra
argentina mi sincero afecto a la vez que pongo en mano de la Santísima Virgen todas
sus alegrías y preocupaciones.
En su catequesis central en italiano el Papa
empezó recordando que el tiempo pascual que estamos viviendo con gozo, guiados por
la liturgia de la Iglesia, es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo donado «sin
medida» (cfr Jn 3,34) por Jesús crucificado y resucitado. Este tiempo de gracia concluye
con la fiesta de Pentecostés, en la que la Iglesia revive la efusión del Espíritu
sobre María y los Apóstoles reunidos en oración en el Cenáculo:
Pero ¿quién
es el Espíritu Santo? En el Credo profesamos con fe: «Creo en el Espíritu Santo que
es Señor y da la vida». La primera verdad a la que adherimos en el Credo es que el
Espíritu Santo es Kýrios, Señor. Ello significa que Él es verdaderamente Dios como
lo son el Padre y el Hijo, objeto, por parte nuestra, del mismo acto de adoración
y de glorificación que dirigimos al Padre y al Hijo. De hecho, el Espíritu Santo es
la tercera Persona de la Santísima Trinidad; es el gran don de Cristo Resucitado que
abre nuestra mente y nuestro corazón a la fe en Jesús como el Hijo enviado por el
Padre y que nos guía a la amistad, a la comunión con Dios.
Tras detenerse
en el hecho que el Espíritu Santo es la fuente inagotable de la vida de Dios en nosotros
y recordando el anhelo del hombre de todos los tiempos y de todos los lugares de una
vida plena y bella, justa y buena, una vida que no esté amenazada por la muerte, sino
que pueda madurar y crecer hasta su plenitud, el Papa evocó las palabras de Jesús:
Jesús
promete a la Samaritana donar un “agua viva”, con abundancia y para siempre, a todos
aquellos que lo reconocen como el Hijo enviado por el Padre para salvarnos (cfr Jn
4, 5-26; 3,17). Jesús ha venido a donarnos esta “agua viva” que es el espíritu Santo,
para que nuestra vida sea guiada por Dios, sea animada por Dios, sea nutrida por Dios.
Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual nos referimos justamente a
esto: el cristiano es una persona que piensa y actúa según Dios, según el Espíritu
Santo. Y nosotros, ¿pensamos según Dios? ¿Actuamos según Dios? O ¿nos dejamos guiar
por tantas otras cosas que no son Dios?
« El amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (5,5), añadió el
Santo Padre Francisco, con la Carta a los Romanos.
El “agua viva”, el Espíritu
Santo, Don del Resucitado que toma morada en nosotros, nos purifica, nos ilumina,
nos renueva, nos trasforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que
es Amor. Por esto, el Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada
por el Espíritu y de sus frutos, que son «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad,
bondad y confianza, mansedumbre y temperancia» (Gal 5,22-23). El Espíritu Santo nos
introduce en la vida divina como “hijos en el Hijo Unigénito”. En otro pasaje de la
Carta a los Romanos, que hemos recordado varias veces, san Pablo lo sintetiza con
estas palabras: «Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de
Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor,
sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ‘Padre’. El mismo
espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.
Si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo,
porque sufrimos con él para ser glorificados con él» (8,14-17). Este es el don precioso
que el Espíritu Santo trae a nuestros corazones: la vida misma de Dios, vida de verdaderos
hijos, una relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la
misericordia de Dios, que tiene también como efecto una mirada nueva hacia los demás,
cercanos y lejanos, vistos siempre como hermanos y hermanas en Jesús a los cuales
hay que respetar y amar.
El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos
de Cristo, a vivir la vida como la ha vivido Cristo, a comprender la vida como la
ha comprendido Cristo. He aquí por qué el agua viva que es el Espíritu Santo sacia
nuestra vida, porque nos dice que somos amados por Dios como hijos, que podemos amar
a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús,
explicó el Obispo de Roma, al concluir su catequesis y exhortando a escuchar al Espíritu
Santo, para avanzar en el amor, la misericordia y el perdón:
Y nosotros ¿amamos
verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús? Dejémonos guiar, dejémonos guiar
por el Espíritu Santo. Dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto: que Dios
es amor, que Él nos espera siempre, que Él es el Padre y nos ama como verdadero papá;
nos ama verdaderamente. Y esto solo lo dice el Espíritu Santo al corazón. Sintamos
al Espíritu Santo, escuchemos al Espíritu Santo y vayamos adelante por este camino
del amor, de la misericordia, del perdón. ¡Gracias!