Vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús implica salir de sí mismos, alienta Francisco
(RV).- En la primera Audiencia General de su Pontificado, Francisco reflexionó sobre
qué significa vivir la Semana Santa para nosotros, qué significa seguir a Jesús en
su camino del Calvario hacia la Cruz y la Resurrección. Como en el Domingo de Ramos,
el Obispo de Roma, puso de relieve la necesidad de salir de nosotros mismo, para ir
a las periferias de la existencia, hacia nuestros hermanos y hermanas, hacia los más
necesitados de consuelo y ayuda.
Resumen en español de la catequesis
del Santo Padre Francisco:
Queridos hermanos y hermanas: Con el domingo
de Ramos, hemos iniciado la Semana Santa, centro de todo el Año litúrgico, en el que
acompañamos a Jesucristo en su Pasión, Muerte y Resurrección. ¿Qué significa para
nosotros vivir este tiempo? ¿Qué significa seguir a Jesús en su camino hacia el Calvario,
hacia la Cruz y la Resurrección? Significa salir de nosotros mismos para ir al
encuentro de los demás, a la periferia de la existencia, a los más alejados, a los
olvidados, a quienes necesitan comprensión, consuelo y ayuda. Vivir este tiempo significa
también entrar cada vez más en la lógica de Dios, de la Cruz y del Evangelio. Es seguir
y acompañar a Cristo, lo cual exige “salir”: Él ha salido de sí mismo para venir a
nuestro encuentro, ha colocado su tienda entre nosotros para traer la misericordia
que salva y da esperanza. Es un tiempo de gracia que el Señor nos ofrece para abrir
las puertas del corazón, de la vida, de las parroquias y movimientos, saliendo al
encuentro de los demás y brindando la luz y el gozo de nuestra fe. Salir siempre con
el amor y la ternura de Dios, en el respeto y la paciencia, sabiendo que nosotros
ponemos las manos, los pies, el corazón, pero es Dios quien guía y hace fecundas nuestras
acciones.
Saludos del Papa:
(Audio) Saludo cordialmente
a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España,
Argentina, México y los demás países latinoamericanos. Invito a todos a vivir estos
días siguiendo al Señor con fortaleza y siendo capaces de irradiar su amor a cuantos
encontremos en el camino de la vida. Que Dios los bendiga y les conceda vivir el Triduo
Pascual con fe y devoción
(RC/CdM - RV)
Texto completo de
la catequesis del Papa:
¡Hermanos y hermanas, buenos días!
Me alegra
darles la bienvenida a mi primera Audiencia general. Con profunda gratitud y veneración
tomo el "testigo" de las manos de mi amado predecesor Benedicto XVI. Después de Pascua
vamos a reanudar las catequesis del Año de la fe. Hoy quisiera detenerme sobre la
Semana Santa. Con el Domingo de Ramos comenzamos esta Semana - centro de todo el Año
Litúrgico- en la que acompañamos a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.
Pero
¿qué puede significar para nosotros vivir la Semana Santa? ¿Qué significa seguir a
Jesús en su camino del Calvario hacia la Cruz y la Resurrección?
En su misión
terrenal, Jesús recorrió las calles de Tierra Santa; llamó a doce personas simples
para que permanecieran con Él, compartieran su camino y continuaran su misión; las
eligió entre el pueblo lleno de fe en las promesas de Dios. Habló a todos, sin distinción,
a los grandes y a los humildes, al joven rico y a la pobre viuda, a los poderosos
y a los débiles; trajo la misericordia y el perdón de Dios; curó, consoló, comprendió;
dio esperanza; llevó a todos la presencia de Dios que se interesa de cada hombre y
mujer, como hace un buen padre y una buena madre con cada uno de sus hijos. Dios no
esperó a que fuéramos a Él, sino que es Él que se mueve hacia nosotros, sin cálculos,
sin medidas. Dios es así: Él da siempre el primer paso, Él se mueve hacia nosotros.
Jesús
vivió las realidades cotidianas de la gente más común: se conmovió delante de la multitud
que parecía un rebaño sin pastor; lloró ante el sufrimiento de Marta y María por la
muerte de su hermano Lázaro; llamó a un publicano como su discípulo; sufrió también
la traición de un amigo. En Él, Dios nos ha dado la certeza de que Él está con nosotros,
en medio de nosotros. «Los zorros - ha dicho Jesús - tienen sus cuevas y las aves
del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». (Mt
8:20). Jesús no tiene hogar, porque su casa es la gente, somos nosotros, su misión
es abrir a todos las puertas de Dios, ser la presencia amorosa de Dios.
En
la Semana Santa nosotros vivimos el culmen de este camino, de este plan de amor que
recorre a través de toda la historia de la relación entre Dios y la humanidad. Jesús
entra en Jerusalén para cumplir el paso final, en el que resume toda su existencia:
se entrega totalmente, no se queda con nada para sí mismo, ni siquiera con su vida.
En la Última Cena, con sus amigos, comparte el pan y distribuye el cáliz "para nosotros".
El Hijo de Dios se ofrece a nosotros, ofrece en nuestras manos su Cuerpo y su Sangre
para estar siempre con nosotros, para habitar entre nosotros.
Y en el Huerto
de los Olivos, al igual que en el juicio ante Pilato, no opone resistencia, se da;
es el Siervo sufriente ya anunciado por Isaías, que se despoja de sí mismo hasta la
muerte (cf. Is 53:12).
Jesús no vive este amor que lleva al sacrificio de manera
pasiva o como un destino fatal; desde luego no oculta su profunda perturbación humana
frente a la muerte violenta, pero se entrega plenamente a la confianza del Padre.
Jesús se entregó voluntariamente a la muerte para corresponder al amor de Dios Padre,
en perfecta unión con su voluntad, para demostrar su amor por nosotros. En la cruz,
Jesús "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2:20). Cada uno de nosotros puede
decir: me amó y se entregó a sí mismo por mí. Cada uno puede decir este “por mí”.
¿Qué significa todo esto para nosotros? Significa que éste es también mi camino,
el tuyo, nuestro camino. Vivir la Semana Santa, siguiendo a Jesús, no sólo con la
conmoción del corazón; vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús quiere decir aprender
a salir de nosotros mismos - como dije el domingo pasado - para salir al encuentro
de los demás, para ir hasta las periferias de la existencia, ser nosotros los primeros
en movernos hacia nuestros hermanos y hermanas, especialmente los que están más alejados,
los olvidados, los que están más necesitados de comprensión, de consuelo y de ayuda.
¡Hay tanta necesidad de llevar la presencia viva de Jesús misericordioso y lleno de
amor!
Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en
la lógica de la Cruz, que no es en primer lugar la del dolor y la muerte, sino la
del amor y la de la entrega de sí mismo que da vida. Es entrar en la lógica del Evangelio.
Seguir, acompañar a Cristo. Permanecer con Él requiere una "salir", salir. Salir de
sí mismos, de un modo de vivir la fe cansino y rutinario, de la tentación de ensimismarse
en los propios esquemas que terminan por cerrar el horizonte de la acción creadora
de Dios. Dios salió de sí mismo para venir en medio de nosotros, colocó su tienda
entre nosotros para traer su misericordia que salva y da esperanza. También nosotros,
si queremos seguirlo y permanecer con Él, no debemos contentarnos con permanecer en
el recinto de las noventa y nueve ovejas, debemos "salir”, buscar con Él a la oveja
perdida, a la más lejana. Recuerden bien: salir de nosotros, como Jesús, como Dios
salió de sí mismo en Jesús y Jesús salió de sí mismo para todos nosotros.
Alguien
podría decirme: “Pero Padre no tengo tiempo", "tengo muchas cosas que hacer", "es
difícil", "¿qué puedo hacer yo con mi poca fuerza, también con mi pecado, con tantas
cosas?". A menudo nos conformamos con algunas oraciones, con una misa dominical distraída
e inconstante, con algún gesto de caridad, pero no tenemos esta valentía de "salir"
para llevar a Cristo. Somos un poco "como San Pedro. Tan pronto como Jesús habla de
la pasión, muerte y resurrección, de darse a sí mismo, de amor a los demás, el Apóstol
lo lleva aparte y lo reprende. Lo que Jesús dice altera sus planes, le parece inaceptable,
pone en dificultad las seguridades que él se había construido, su idea del Mesías.
Y Jesús mira a los discípulos y dirige a Pedro quizá una de las palabras más duras
del Evangelio: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son
los de Dios, sino los de los hombres». (Mc 8:33). Dios piensa siempre con misericordia:
no olviden esto. Dios piensa siempre con misericordia: ¡es el Padre misericordioso!
Dios piensa como el padre que espera el regreso de su hijo y va a su encuentro, lo
ve venir cuando todavía está muy lejos... ¿Esto que significa? Que todos los días
iba a ver si el hijo volvía a casa: éste es nuestro Padre misericordioso. Es la señal
que lo esperaba de corazón en la terraza de su casa. Dios piensa como el samaritano
que no pasa cerca del desventurado compadeciéndose o mirando hacia otra parte, sino
socorriéndolo sin pedir nada a cambio; sin preguntar si era judío, si era pagano,
si era samaritano, si era rico, si era pobre: no pide nada. No pide estas cosas, no
pide nada. Va en su ayuda: así es Dios. Dios piensa como el pastor que da su vida
para defender y salvar a las ovejas.
La Semana Santa es un tiempo de gracia
que el Señor nos da para abrir las puertas de nuestros corazones, de nuestra vida,
de nuestras parroquias, - ¡qué pena tantas parroquias cerradas! - de los movimientos,
de las asociaciones, y "salir" al encuentro de los demás, acercarnos nosotros para
llevar la luz y la alegría de nuestra fe ¡Salir siempre! Y hacer esto con amor y
con la ternura de Dios, con respeto y paciencia, sabiendo que ponemos nuestras manos,
nuestros pies, nuestro corazón, pero que es Dios quien los guía y hace fecundas todas
nuestras acciones.
Les deseo a todos que vivan bien estos días siguiendo al
Señor con valentía, llevando en nosotros mismos un rayo de su amor a todos los que
encontremos.